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2~0~.

--------'·-E_X_P_L.c_ORACION E INCIDENTES DE VIAJE

en el mismo sitio. SPa como fuere tienq diferentes colores

en las distintas c..:asillu s de la

armaz6~1

la cual está pintada

a su vez. Prohablemente se sorprenderán mis lectores y

me tacharán de presuntuoso si aventuro una comparación

de la cúpulEIJ ele Azángaro con el domo de la capilla del

Templó ·de Venus frente al Coliseo en la Ci udad Eterna.

Sobre esta cubierta interior hay

ot.ra

, gmesa y fuerte

que sostiene 1ma capa de paja fina que cuelga de los muros

como una espesa franja. Encima hay otra capa de yerbas

gruesas o junquillos colocados transversalme-nte, sobre ésta

otra capa de ichu y así sucesi

vam~n

te, formando el todo

un cono ligerament,e t runcado. El borJe colgante de las

capas de ichu, hat>ía sido cortado con toda regularidad

formando como un alero de tejas.

Cieza de León describe también estos techos, como tes–

tig·0 ocular. Dice: ''Los techos son de paja, pero tan arti–

ficiosamente lilditicados, que no siendo clestruídos por el fue–

go, pueden durar si¡:dG>s". La descripción de Garcilaso de

l9s techos que vió

1

cojncíde exactamente con la del tec.:ho

de

Sondov-h1~asi.

Dice:

"Sus echos e an de palos amarrados con fuertes

cuerdas. Estos

sosten ía~n

nl'la capa de paja de seis o más

pies de espesor, en algunas de las casas, 4ue sobresalían de

las pared'es 1a de una vara, p<-1 t'a resguardarlas de las

lluyias

y

g·uare~er

a la gente. El alero em recortado con

toda igualdad ......... RecuPrdc rie· un techo en el valle de Yu-

cay;, .de la forma que he descrito, de má,s de sesenta pies

cuadrados, que tenía la forma de una pirámide. Aunque

los muros tenían sol'o ues estados (dieciocho pies) de altura

el techo tenía más de doce pies".

De aquí resulta que los techos del tiempo de los Incas

no eran tan rústicos y feos como podríamos deducir, delco–

I).ocimiento de los de paja actuales, pobres

y

escuálidos. Es

e.vidente que si tomamos

el

Sondor-hua~::~i

como ejPmplo de

los edificios corrientes, nos convenceremos de que los edi–

ficios de mayor importancia

y

los templos tenían interiores

hermosísimos.

·

De Azángaro nuestro camino pasaba por una meseta

elevada cubierta de nieve, al valle del río Pucara que ascen–

dimos pasando por los pueblos de Pucara y Ayaviri, cer–

c'ados de montañas cada vez más próximas conforme se

estrechaba el valle, hasta que llegamos a Santa Rosa, po–

blación! considerable, la última del Callao, al pie del gran

rievado de Apucumui'ami, a cien millas del lago.

Aquí presenciamos una corrida, o más bien castigo de