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y
mitrados, aventureros
y
cenobitas, eclosionan co–
mo nueva simiente por la meseta, desde Lima
hastaCharcas. La advocación de Asis desparrama
p.ro–
sélitos por selvas
y
montes. San Francisco S
olanodeja el rastro de su sandalia en las arenas de la
altipampa
y
su sangre en los espinos de la selva
tropical. Las Ordenes
y
Compañías beatíficas se
disputan la gloria en la fastuosidad de los templos.
'F.ranciscanos, renuevan el arte bizantino en la ba–
sílica de Copacabana; jesuítas, picados de supre–
macía arquitectural, gastan un siglo en
levant~r
el
santuario de Pomata, de corte marroquí
y
sobre
el plantel de un rancherío indígena.
E
apre urarniento en levantar la cruz sobre el
dominio de las ar as, no dió tregua para r eparar
en la
-qreza de lo
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Frljt~les sa-p~entes
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l.'On l
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ra la eª-iructura de los
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ncienci , no era la vida del geómetra
pro: e ado:
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e alcanzaba a ver la clave del
ro.
utores incon ientes pusieron, a me–
n
_ ,
1
no
rosera sobre la divina idealidad que
preconizó la arquitectura reJigiosa. Así la Matriz
de Potosí, donde el arquitecto Sanauja puso la no–
ta vigorosa del compuesto, mano profana malogró,
después, la armonía del conjunto, con la abomina–
ble belleza del altar gótico, las torres tímidas
y
la
aridez del frontón.
El choque de estilos produjo, a veces, la nota
original
y
pintore ca, en donde el arte consagrado
se vió envuelto por 1ª' exigencia indígena de la co–
marca. Y por cierto que no es extraño encontrar
en las ciudades bolivianas el templo de regios por–
tales, en donde el helenismo básico, elegante siem-