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-8-

y

mitrados, aventureros

y

cenobitas, eclosionan co–

mo nueva simiente por la meseta, desde Lima

hasta

Charcas. La advocación de Asis desparrama

p.ro

sélitos por selvas

y

montes. San Francisco S

olano

deja el rastro de su sandalia en las arenas de la

altipampa

y

su sangre en los espinos de la selva

tropical. Las Ordenes

y

Compañías beatíficas se

disputan la gloria en la fastuosidad de los templos.

'F.ranciscanos, renuevan el arte bizantino en la ba–

sílica de Copacabana; jesuítas, picados de supre–

macía arquitectural, gastan un siglo en

levant~r

el

santuario de Pomata, de corte marroquí

y

sobre

el plantel de un rancherío indígena.

E

apre urarniento en levantar la cruz sobre el

dominio de las ar as, no dió tregua para r eparar

en la

-qreza de lo

~

"lo .

Frljt~les sa-p~entes

die-

l.'On l

h

. capitales

ra la eª-iructura de los

temp o .

ond

ntr~ba

la pie

a de cantería,

labra

a

ncienci , no era la vida del geómetra

pro: e ado:

n

e alcanzaba a ver la clave del

ro.

utores incon ientes pusieron, a me–

n

_ ,

1

no

rosera sobre la divina idealidad que

preconizó la arquitectura reJigiosa. Así la Matriz

de Potosí, donde el arquitecto Sanauja puso la no–

ta vigorosa del compuesto, mano profana malogró,

después, la armonía del conjunto, con la abomina–

ble belleza del altar gótico, las torres tímidas

y

la

aridez del frontón.

El choque de estilos produjo, a veces, la nota

original

y

pintore ca, en donde el arte consagrado

se vió envuelto por 1ª' exigencia indígena de la co–

marca. Y por cierto que no es extraño encontrar

en las ciudades bolivianas el templo de regios por–

tales, en donde el helenismo básico, elegante siem-