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LA ESFINGE INDIANA
Acabamos de averiguar que cada una de las premisas generales de
Posnansky suscita un gran número de objeciones, casi siempre capaces
de infirmada gravemente. Además de esas premisas, que desempeñan
en la argumentación un papel fundamental, cabría someter a la crítica
las "interpretaciones" de Posnansky, cuyo rol no es de menor impor–
tancia. Así, por ejemplo, si decidimos conceder al Autor su postulado
básico de que todo pueblo de religión solar debe, necesariamente, colocar
sus templos de manera que la marcha diurna del sol determine la direc–
ción de las dos paredes principales, (concepto que ejerce indudablemente
en las masas una cierta fuerza intuitiva, pero no descansa sobre los datos
de la experiencia; véase la
Zigurath
de Khorsabad, en la fig. 8, orien–
tada a medio viento, a pesar del carácter típicamente heliolátrico del pue–
blo que la edificara), quedará siempre en pié la pregunta: ¿por qué el
Kalasasaya, y ningún otro de los edificios de Tiahuanaco, debe revestir
forzosamente los atributos de construcción solar? Entramos así en el
campo dé las "interpretaciones".
· Se.gún Posnansky, el recinto ma"yor es el verdadero "Templo del
Sol". No quiero defender la denominación que los Indios han dado a
esa construcción, de
Kalasasaya,
o "palacio de justicia", y Posnansky
obra sabiamente al rechazarla, como convencional. No igualmente pru–
dente, sin embargo, resulta su parte positiva, pues en este asunto el espí–
ritu inventivo debe presentar necesariamente mayor número de garantías
que el negativo, o crítico. Llama Posnansky al recinto más amplio "el
gran Templo ael
Sol
en Tiahuanaco", como llama " palacio" al recinto
menos extenso, y nadie quiere desconocerle el derecho éle hacerlo, tan
solo lament-amos que el Autor se haya olvidado de darnos un indicio
del camino que lo ha conducido a tal conclusión. Afirmaciones de esta
naturaleza abundan en los escritos de Posnansky. Como es sabido, el
"recinto menor" ostenta muchas cabezas humanas in_crustadas en la pa–
red en varias filas, y Posnansky interpreta que esas esculturas tienen
como objeto representar a "los hombres célebres de la r-aza, para perpe–
tuar su memoria" (XXXI, p. 5), olvidando, sin duda, haber dicho en
otro lugar que el mismo edificio nos presenta "una cosa verdaderamente–
única en el mundo, la transición arquitectónica
del hombre de las caver–
nas al hombre culto"
(XIX, p. 7).
Nada podría decir, sin caer en confutaciones elementales, sobre es–
tas estrafalarias interpretaciones; y en cuanto a la presunción de que en
Tiahuanaco se adorase el sol, veremos en otro apéndice sobre qué bases
está fundada, y bajo cuales condiciones puede ser admitida como po–
sible.
Pero no haremos hincapié en esas consideraciones, como lo tenemos
prometido, y nos daremos, por tanto, por convencidos de que hay que