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PUEBLOS CLÁSICOS Y ETNOLOGÍA

27'5

" capitel" del arquitecto y, además, bloques de piedra y trozos de ma–

dera levantados sobre el suelo "sagrado" de Grecia para ser objeto de

culto ( 6 ), y practicarse, con significado religioso, las aberraciones sádi–

cas del infanticidio (7 ) . Hay pruebas, por fin, de que en esa época de

cambios etnográficos que representa en Grecia el ciclo de Ulixes, no tan

solamente decae el uso del arco (en la casa de Penélope nadie maneja con

facilidad el arco del

h~roe)

sino que se ha ido abandonando también el

empleo de las flechas envenenadas. A las puertas de la historia, vive toda–

vía la tradición del veneno para las flechas, q'ue Ulixes logra obtener de An–

quíalo, mientras también otros reyes lo tenían preparado ocultamente.

Por tal modo, con fas bellas palabras que resonaran en la boca del

rapsodo jonio,

<págµakov avC>góvov,

la poesía ep1ca llega oportuna–

mente para dar cabida al uso de la ponzoña que hoy es propia de los

pueblos más truculentos de las tierras tropicales ( 8 ) . Tengo todavía

muy presente el gesto· de repulsión que estas revelaciones provocaron en

un poeta amigo, en cuyo espíritu chocaban con la imagen idílica

y

arti–

ficiosa de los libros. "Esta no es la Grecia que yo conozco" gritó, co–

mo para desvanecer los fantasmas de

t:

na pesadilla. -"Seguramente

que no --contesté- pe o es la Grecia, o el Egipto, o la Roma coloca–

da en el justo sitio q e le pertenece en meélio de la humanidad integral,

para que asistamos a

[a

lucha de u enérgko e puje de scensíón".

( 6)

Las primeras epr en-raciones de las divinidades helénicas ueron piedras

o troncos de árboles. En Jo que concie-rne a Palas Athenea e simula cro pripiitivo fué

una piedra meteórica (ELJNJO,

Hist. Nat.,

XXXVI,

4 .

0

,

1

O. ) .

Ese

fetich e

fué substi–

t uído posteriormente por una columna de madera (;06.vov) a la que se añadieron la

lanza y el casco. Las re_presentaciones antropomorfas siguieron con intervalo de varios

siglos. Las obras en mármol del final del VII siglo están todavía modeladas con la

timidez y los artificios característicos del arte de entallar madera.

P ETTAZZONI, R . -

La religione nella Grecia;

pág.

62

y

63.

SPRINGER. -

Storia dell'acte.

Trad. italiana. Tomo

I,

pág.

160.

PARIS, Pierre. -

La sculpture antique;

París, 18 89. Ver p ág. 113 y 114.

(7 )

Del todo disonante con el gusto que atribuimos a los Griegos, es la histo-

ria de aquelJas mujeres de Orcomenos, Tebas, Tirinro y Argo ( respectivamente hijas de

los reyes Minya, Kadmo, y Proito), cuyo furor báquico irresistible (µa. v la.) se apla–

caba can sólo después de haber hincado el diente en el cuerpo de un niño. El neonato

Hípasos, hijo de Leucipe, una de las Minyades, y Pentéo, h ijo de Agane, una de las

Kadméides, son las víctimas cuyo nombre nos ha trasmitido la poesía

tc~gica.

Como

se ve, la exaltación llevaba a las madres a ensañarse en sus propios hijos.

No es posible dar cuerpo a estas tristes figuras de infanticidas que nos presenta

EURfPEDES en las

Bacantes.

Sin embargo, el h echo de comprender los misterios órfi–

cos, un rito de homofagía, (pasto cruento, en origen de carnes humanas) nos induce

a ver en esas trágicas princes'\S la proyección mítica de dicho rito.

PETTAZZONJ, Raffaele. -

l

Misteri;

Bologna,

19 23.

Ver p ág. 64.

( 8)

V er pág.

296.