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ALBORES EN EL LABERINTO

ejemplo, que las formas mágico-religiosas no son de uno u otro pueblo,

sino que están en la base de las sociedades, tanto en el Pacífico como en

Egipto, y hasta en la Roma y Grecia primitivas; que las constelaciones

" animadas" han precedido en todo 'lugar al conocimiento de los astros;

que en todo lugar se han seguido idénticas fases progresivas en la industria

de la piedra, cerámica y tejido, y que la sucesión: piedra tallada, piedra

pulida, eneolítico, cobre, bronce y hierro !forma una ley constante,

como es una ley constante la sucesión de los dioses del individuo, del gru–

po matriarcal o patriarcal, de la aldea y de la

1

tribu, con la aparición de

formas concretas, análogas y homólogas, en los países más apartados,

cuya

convergencia

es a veces sorprendente.

1

El que lee por primera vez a Ratzel y Buschan, experimenta una

impresión

in~ospechada

al ver que en las convivencias humanas más des–

preciadas por el hombre civilizado, hasta en las que se llaman tan impro–

piamente · "salvajes", circula una savia de humanidad que no apreciamos

con justicia,

y

que nosotros mismos y nuestras instituciones más perfec–

tas, no están, sino por el lado técni¡:o, tan exageradamente alejadas de los

pueblos naturales. Percíbese entonces que la civilización no está tan neta–

mente separada de la barbarie, y, además, que la historia no es tan enorme–

mente larga. Hasta en los pueblos más encumbrados vemos, en su pe–

ríodo juvenil, lo que a tes no veíamos : la cola de cabra pendiente de la

cintura de los pastores

3) de

racia (sátiros), el sacrificio humano de

los Argei en Roma

(4),

las cabezas del vencido suspendidas en el

arco

( 5) de las

~uerta-s

etruscas,

(c;apitulum), que dieron nombre al

(3)

Cuernos

colas de cuadrúpedos fueron atributos de los que participaban

en el culto, no tan solamente entre los bárbaros pastores de Tracia, de donde vino al

Atica el ra"isterio de Dionisos, sino también en el Atica misma y en el Peloponeso. La

necesidad de participar de

la anturaleza de los dioses ctónicos zoomorfos impelió, en

Atenas, lo mismo que

en

Syción, Efeso y Tirinto, a hombres y mujeres a asumir for–

mas de animales.

Aunque menos conocidos que Silenos, Sátiros y Panes de que

lo~

literatos h an

hecho tanto abuso, hubo también Caballos

("I:im:o~)

en Atenas, Jumentas

(IIciiJ..ot)

en el Peloponeso, para el culto de D emecer, vírgenes disfrazadas de Osas

( ~AQk"&Ot)

en Brauron para las fiestas de Artemis y Toros

(To.i'íQot) en

Efeso en honor de Po–

seidón.

PETTAZZONI, Raffaele.

-

La religione nella Grecia antica;

Bologna,

19 21,

pág. 72.

(4 )

Los 24 muñecos de juncos, Argei, que hacia la mitad de Marzo y Mayo se

arrojaban, todos los años, al Tíber desde el puente Sublicio representan una atenuación

de antiguos sacrificios de víctimas humanas. Cfr. COCCHIA, Enrico,

comento al Cap.

XXI del Libro [,

de Tito Livio.

(5)

RICCI, Corcado. -

Volterra,

Bergamo, 1905; ver figuras de pág. 13 y

15.

MARTHA, Jules. -

L'art Etrw;que;

París 1913.