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-

66 -

te

él.

Los generales, de pié, hacían cír–

culo.

-Habla

tú,

hijo del bravo Kullunchi–

mn.-dijo el lnka-¡,Qué hiciste por

la

gloria

del

Imperio?.

-Oh Inka

y

señor de nuestra raza:–

contestó l{usipuma-yo, tu vasallo,

1na..,

<le

1ni

1nano

y

arranqnó

la

"ntra1ia

n~1n

vivo.

<f, ·l

~-

·

i~.r ·~al

guerre•"'

•le

l0s

Ch1111us.

Sus soldados huyeron

presas de terror.

Otro día. cogí a la hija del curaca y en

su presencia la inn1olé al Sol, destruyen–

do

s

I

ºrginida .

Cal1ó

trt

ipuma

entonces el

Iqk

tú,

Paukar, predilecto vástago del

sabio \Vallpa Tüpaj ¿que ofreciste en ho–

nor y grandeza de mi Imperio?

-Yo, señor

y

jefe eininentísimo-di–

jo con voz

firme-no

maté.

ni

violé,

ni

destruí nada en tu nombre.

Qué hiciste, pues!, replicó el Inka,

algo in1nutado,

-Oh

Inka,

hijo

del

Sol,

esas

gentes

del Llano mueren de sed, esas tierras se–

ca~

como los pe.chos de vieja

:O.entena-·

ria jamás reciben el líquido que las fe–

cunde.

Cerca

a

la

cordillera

hallé una