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te
él.
Los generales, de pié, hacían cír–
culo.
-Habla
tú,
hijo del bravo Kullunchi–
mn.-dijo el lnka-¡,Qué hiciste por
la
gloria
del
Imperio?.
-Oh Inka
y
señor de nuestra raza:–
contestó l{usipuma-yo, tu vasallo,
1na..,
té
<le
1ni
1nano
y
arranqnó
la
"ntra1ia
n~1n
vivo.
<f, ·l
~-
·
i~.r ·~al
guerre•"'
•le
l0s
Ch1111us.
Sus soldados huyeron
presas de terror.
Otro día. cogí a la hija del curaca y en
su presencia la inn1olé al Sol, destruyen–
do
s
I
ºrginida .
Cal1ó
trt
ipuma
entonces el
Iqk
tú,
Paukar, predilecto vástago del
sabio \Vallpa Tüpaj ¿que ofreciste en ho–
nor y grandeza de mi Imperio?
-Yo, señor
y
jefe eininentísimo-di–
jo con voz
firme-no
maté.
ni
violé,
ni
destruí nada en tu nombre.
-¡
Qué hiciste, pues!, replicó el Inka,
algo in1nutado,
-Oh
Inka,
hijo
del
Sol,
esas
gentes
del Llano mueren de sed, esas tierras se–
ca~
como los pe.chos de vieja
:O.entena-·
ria jamás reciben el líquido que las fe–
cunde.
Cerca
a
la
cordillera
hallé una