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evocaciones vuelven a ejecutar hazañosas

aventuras, tocadas de tragedia.

Estático asiste el creador de la historia a

la fumarada que

se

desprende del ambiente

·cuzqueño.

De

cada rincón se eleva esta ne–

bulosa que va

a

trasformar en vívidas figu–

ras el artista.

La

Plaza Mayor produce el agolpamiento

de

las representaciones del cenagoso lugar

}Jreinka, del Aukaipata imperial, teatro de las

grandes fiestas, esplanada en cuyas arenas se

juntaban las tierras de todo el Tawantinsuyu

como para simbolizar la trasfusión

y

unimis–

mamiento de la razas

y

los pueblos. Imagi–

nárnosla iridiscente,

olícroma, con toda la

riqueza de colores de las túnicas inkaicas;

más, de pront cambia la decoración

y

es la

plaza en cuyo centro se levanta el patíbulo

donde ha de ser ejecutado el adolescente Se–

ñor de Vilcabamba y último Hijo del Sol

En

un balcón de entornadas celosías está el

Vi–

rrey. El inflexible Francisco de Toledo asis–

te, coino desde un palco de avant-scéne. Otra,

otra y otra vez va cambiando el juego

escé–

nico.

De

cuántas tragedias

es

anfiteatro

el

gran 'plazón cuyos horizontes delinean las

cumbres de Pijchu, Senka y Sajsawaman.

Sobre

él

descendieron, en el Sunturwasi la

Virgen y Santiago, salvadores de los españo–

les sitiados. Por

él

recorre aún con reminis–

cen~ias

inkaico-coloniales la

suntUosa

proce!'9