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R. CÚNEO - VIDAL
Salimos de La Paz la mañana del 21 de diciembre; pernocta–
mos en Laja, y la tarde del día siguiente llegamos descansada–
mente a Tiahuanaco.
Nos alojamos en el
tam.bodel pueblo, el cual se componía, y
de seguro continúa componiéndose, de una serie de corrales para
bestias mulares y caballares,
y
de otra de menguadas viviendas
para cristianos.
Hallamos de gobernador a don Tiburcio Ríos Ponce, y de cura
párroco al doctor don José María Escobari, aimarista famoso en
sus días, ambos difuntos, según entendemos, a la hora presente.
Aquella primera tarde nos dedicamos a reconocer el pueblo
y recorrer sus alrededores.
Los indios del cantón de Ingavi, en que está comprendido
el pueblo moderno, pertenecen a una de las tribus contemporá–
neas de la conquista castellana, cuya denominación no ha varia–
do:
la de los Pacajes.
No nos pareció hallarles, a los tales pacajes de Tiahuanaco,
el ángulo . facial d spejado propio de una raza evolucionada en
un sentido de ampl' a cultura, ni los rasgos que han debido co–
rresponder a los -posibl
herederos de la estirpe pujante que dió
de sí la nota más temprana de civilización que conoció el conti–
nente americano.
Antes bien, nos pareció advertir en ellos la rudeza e incultu–
ra del
uro,
cosa que tendría su explicación en el hecho de que
pacaje
y
uro
parecen ser términos filológicamente equivalentes.
Pacaje
procede, evidentemente, de
pacani
y
pacahui,
verbos
de la lengua quechua que expresan
recatarse, ocultarse, escon–
derse.
Aplicado a colectividades, ha debido expresar en sus oríge–
nes, indios que vivieron
recatados
o
escondidos
en determinados
trechos de la comarca., que es lo que ocurre prácticamente con
los
'u,ros
de las orillas, pajonales, islas
y
bajíos del río Desagua–
dero y de la laguna de Poopó.
De no andar errad?s, los pacajes de nuestros días, a título
de rama del
tronco uro,
trasplantada con posterioridad a los días