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MEMOR IAS PARA LA VIDA

339

bibliotecario primero de los Reales estu–

dios de Madrid; Quien las dedica a la

Reyna Nuestra Señora, que Dios guarde.

Madrid MDCCC.

E n

la Imprenta de la

Viuda de Don Joaquín !barra. Con Real

Permiso. -

E n

fol.º, de

xxxv1-574

ps.,

s.

2

hs. p. n.

EL P.

JosÉ

CA

SA JI

(?).

«El autor de esta interesante obra fué el

P . Andrés Márcos Burriel, de la Compafiía

de Jesus. Don Manuel Rodriguez la enri–

queció con una copiosa coleccion de docu–

mentos», dice Mufioz y Romero (pág. 81)

á quien copian y siguen Backer (1

1

964) y

$ommervogel (n, 408).

. Hacía ya más de medio siglo que la

Ga–

zeta de Jlíadri'd,

al dar cuenta de ella en su

número del viernes 6 de Junio de 1800

1

se

éxpresaba también en los términos siguien–

tes: «El nombre del P. Marcos Burriel, au·

tor de estas Memorias, y las doctas adicio–

nes, con que el editor las ha ilustrado, y de

que Cla razon en el prólogo, bastan para

hacer recomendable esta obra» (pág. .¡.76).

Lo

mis~o

vienen á decir en substancia Ca·

ballero (Mss., núm. 469), Sempere y Gua–

rinos

(Bibl. españ. económ.-polit.

1

H, IO),

Marcilla (

Cim'osidades bibliográj.,

pág.

I

58),

Almirante (pág. 98) y, con sola una excep·

ción que ahora recordemos, cuantos han te–

Óidó ocasión de citar estas

Memorias,

fon_

dados, á lo que parece, todos ellos en la

autoridad de Mufioz y Romero , la

Gazeta

ae

Madrt'd

ó el

Prólogo

de Manuel Rodrí–

guez,

y

no en el examen de la obra misma,

tan en contradicción con lo que vulgar–

mente se supone.

Según Muñoz y Romero, serían del P. Bu–

rriel las dos primeras partes de las

Jl.lemo–

nas,

puesto que sólo atribuye al editor la

«copiosa coleccion de documentos», que for–

{lla la tercera.-Pero ¿cómo no reparó este

bibliógrafo, ni repararon sus copiantes, en

que en la segunda parte se habla de los

«años de

1770,

quando se hallaba en Sevilla,

don Cándido María Trigueros» (pág. 212),

y

se copia una inscripción que termina con

la noticia de que la «iglesia y atrio [de

Santo Domingo el Real de Madrid] se re–

novaron de orden y á expensas de su único

patrono nuestro católico monarca don Car–

los III el año de 1788» (pág. 168), siendo

así que el P. Burdel había muerto á 19 de

Junio de 1762?

Tampoco es cierto lo de haberse impreso_

en estas

llfemon'as

las «doctas adiciones» de

que, según la

Gazeta,

«da razonen el prólo·

go» Manuel Rodríguez, como parece por la

siguiente

Nota

que se puso al pie del mismo

Pró/ogo:-«Quando se estaban (dice) impri–

miendo esta Memorias, murió su erudito

editor é ilustrador don 1iguel de Manuel

Rodriguez¡ y aunque se han hecho las mas

varias diligencias para encontrar los apén–

dices, discursos, y demas ilustraciones que

ofrece en su prólogo [págs.

1x-x],

no ha

sido posible encontrarlas. Todo lo que se

halló entre. sus papeles, relativo á este

asunto, se ha coordinado é insertado con

el mejor órden que ha sido posible; y aun–

que en esta parte no salen estas Memorias

tan completas como intentaba su ilustrador,

sin embargo nada falta de lo principal»

(pág. xn) .- o dirá, por cierto lo mismo

quien coteje la lista de lo ofrecido en el

Prólo_t[o

con lo impreso en la obra.

Pero dejando á un lado la inadvertencia

del anotador, que pára el caso es muy se–

cundaria, así como también las inexactitu–

des de la

Gazda

y Mufioz y Romero, co–

piemos algunas cláusulas del

Prólogo,

donde

trata Manuel Rodríguez del manuscrito que

da á luz, y del autor á quien tiene por se–

guro que se debe atribuir.

Andaba éste recogiendo coh el mayor

empeño documentos fidedignos para una

Cró11icadel

Rey Santo, «quando un acaso

(dice) puso en nuestras manos una copia

de las Memorias históricás para la vida de

san Fernando, que el pa.dre Andres Marcos

Burriel babia dexado en apuntamientos

sueltos, y en que se trata la materia como

el públic:i y yo podíamos desear.... De esta

[obra] se

h~

tenido hasta ahora muy poca

noticia entre los eruditos de la Nacion, y

por lo mismo se hace más apreciable. Esta

razon, y la de advertirse en ella aquel bello

y

fluido estilo que era congenia! y propio

del autor, brillándo por todo la sencillez, la