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PRÓLOGO

zamos por «exclusivamente restringido» el concepto que se formaban algu–

nos bibliógrafos, de la naturaleza y extensión de las obras seudónimas.

De seguro que, aun esos mismos bibliógrafos, por más instruídos y ejer–

citados que los queramos suponer en el estudio ,« histórico etimológico

filológico» de nuestros apellidos, no serán capaces en much<ts ocasiones

de determinar si efectivamente es de buen cuño y de ley el que aparece

como tal en la portada de un libro, ó si ha de considerarse como simple

invención y caprichoso juego del autor que no quiere descubrir al público

el propio suyo, ni exponerse á comprometer á nadie con el reclamo de

otro conocido. Demás de que, aun dado que hubiera modo infalible de

discernir siempre el apellido verdadero del que no lo es, todavía nos que–

daba otra dificultad, en la práctica, de no fácil solución: ¿dónde se colo–

can las obras cuyos autores se nos ocultaron en las sombras de un apellido

ficticio ó formado á su antojo? Por de contado no podrían mezclarse con

las oficialmente seudónimas. Pues acudir á establecer una nueva sección

para ellas, parécenos recurso condenado ya en aquella antigua y definitiva

sentencia, tan valedera en bibliografía como en filosofía , de que no se han

de multiplicar los entes sin necesidad. Tanto más que, aun prescindiendo

de lo dicho, son tan contadas las que habrían de formar el nuevo grupo,

que pudiera parecer extremada largueza cuanto fuera dedicarles pasado

de un ligero apéndice ó cosa parecida.

Realmente, en nuestro caso á lo menos, redúcense las de esa especie

á las que ostentan en el título algún anagrama, no muy hacedero aun él de

distinguirse

á

veces de los nombres

y

apellidos más usuales, ó tal cual junta,

muy rara, de vocablos que en su misma conformación descubren el buen

humor ó la burlesca intención de sus autores. Pero, repetimos que esto

último es muy raro; y añadimos que tampoco es muy frecuente lo primero.

Lo

ordina~io

es que los nombres

y

apellidos que van al frente de nuestras

obras seudónimas, sean tales que los pueda llevar el señor más linajudo sin

mengua de su autoridad ni desdoro de su familia; como que, de hecho,

casi todos lo son de personas más

ó

menos conocidas, y aun muy conside–

radas algunas de ellas, en el tiempo en que vivi eron.

Ni debe esto parecer extraño á quien repare en los motivos que pudo

haber para el trastrueque y cambio de nombres en semejantes obras. Al–

gunas de ellas se escribieron con intención

y

en forma que adquirieran

núevo realce por el nombre del que las apadrinaba,

ó

sirvieran para en–

noblecer la pluma de algún sujeto ilustre que, por ventura, no tenía más

letras que las que aprendió en la escuela. Otras hay de maestros, poco afi·

cionados á mostrar en público sus habilidades , que quisieron honrar á

algún discípulo suyo muy aprovechado, cambiando de nombre con él,

cuando les ocurría dar

á

luz los textos que habían explicac;lo ó habían de