PROLOGO
IX
sión de las dos especies, se impusiera
á
cada una de ellas un nombre que
expresara claramente su diferencia.
De esa manera quedaban agrupadas en cinco familias, bien fáciles de
distinguirse entre sí, cuantas obras se han publicado ó publicaren en ade–
lante. Vendrían en primer lugar las que llevan al frente el nombre de su
legítimo autor, y que, tal vez porque no dan motivo á ninguna controver–
sia bibliográfica, no obstante ser las más en número, carecen de todo cali–
ficativo
ó
dictado especial
á
que parecen acreedoras cual ninguna,
y
qne
tan á poca costa pudiera prestarles el diccionario de Ja lengua griega.
Seguiríanlas en orden las que, ó no llevan ningún nombre ni indicación
que le supla, y son las rigurosamente anónimas;
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lo llevan supuesto, y
constituyen la sección de las propiamente seudónimas. ·Entrarían en ter–
cero
y
último lugar las que, omitiendo el nombre del autor, lo suplen con
alguna referencia ó alusión más ó menos embozada, bien sea real y verda–
dera, ó bien supuesta y fingida; pero tal que en ningún caso autorice
á
las
unas su ficción para tomar puesto entre las seudónimas, ni
á
las otras su ve–
r.acidad para tomarlo entre las del primer grupo, en vista de que á unas y á
otras les falta para ello algo de esencial, ó, cuando menos, de integrante.
Admitido este sistema de clasificación, hubieran sido tres, si ya no cua–
tro, las secciones que formaran nuestro
CaUlogo
al tenor de las diferen–
cias radicales que en ellas se notan, y les dan un carácter tan propio de
cada una, como exclusivo del de las demás. Pero, una vez resueltos desde
el principio á no introducir novedades en la bibliografía, y necesitados
ahora á llevar adelante y completar en este volumen lo que nos resta por
averiguar de nuestros autores, fácil es de suponer qué especie de obras
serán las que hayamos de admitir en esta nueva serie; mayormente si se
recuerda la am plitud que juzgamos oportuno dar
á
las anónimas. En ellas
incluimos cuantas, ó bien carecían de toda indicación de autor, ó le desig–
naban con cualquiera otra que no fuera precisamente la de nombre y ape–
llido . Quedan, por tanto, las que se nos presentan con ellos claramente
~xpresos,
pero supuestos, en la portada; pues no son de nuestra incum–
bencia las reconocidas y confesadas por sus legítimos autores.
Hemos, empero, de advertir que, cuando hablamos de nombres y ape–
llidos, no nos referimos exclusivamente á los que de hecho han servido ó
sirven para distinguir á una persona de otra, sino que comprendemos bajo
esa denominación todos aquellos enlaces de palabras
~ue,
imitando el uso
corriente de Espafia, se ajustan de alguna manera ó se amoldan á la fór–
mula tan expresiva de «Fulano de Tal», que encierra en su misma vague–
dad y representa en su vulgar acepción todo el sistema de nuestras apela–
ciones
y
diferencias person ales. Fundados en ella, sobre todo, afirmamos al
principio de este
Prólogo ,
y repetimos aquí, que debíamos rechazar y recba·