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94

111 TO!llA

asistido

á

Ja cau a;

cl'c

los presentes, vei?te y ei votaron por el bill,

diez y nueve en contra : ya solo faltaba la adhesion del rey.

Cárlos pugnaba todavía, creyéndose incapaz de tanto oprobio. landó

llama,r

á

Hollis, cuñado de StratTord,

y

que por esta causa no había to–

mado parte en la acusacion.

«

¿

Ql)é se puede hacer para alvario?

n

le

preguntó tristemente; Hollís fu e de dictámen que trafford solicitase del

rey

iUn

sobreseimiento, y que este en per ona presentase su peticion

á

,las dos cámaras, dirigiéndolos un discurso que el mi mo redactó; al

mismo tiempo prometía lHteer cuanto estuviese de su parte para decidir

á sus amigo á que se contentasen con un destierro perpétuo : conveni–

dGs asi, se separaron. Parece que Bolli h.abia adelantado algo en la cá–

mara ; pero la reina, temerosa de las asonada .que iban diariamente en

aumento, y enemiga declarada de trafford, con mas motivo por el pre–

sentimiento de que para alvar u vida había prometido revelar todas

us intriga , hizo tomar

á

su marido parle en sus terrores

y

so pechas ·

era tal su espanto, que quería huir, embarcarse, vol er á Francia,

y

.hacer cuanto antes todo los preparativos. Turbado con Jos llantos da su

mujer,

y

fuera de estado de tomar una resolucion por

i

mismo, convocó

'Cárlos ante todo un con ejo privado , y de pues otro de obispo . olo

Juxon, obispo de Lóndres, le aconsejó que siguiese su conciencia; todos

los demás, particularmente el obi po Lincoln, prelado intrigante

y

con–

trario

á

la córte,, le instaron á que sacriüca e un individuo al trono, y

su conciencia de hombre á sti conciencia de rey. o bien acababa de

salir de esta conferencia, cuando le entregaron una carta de trafford :

el

Señor, le escdbia este, despues de un ob

tina.do

combate he tomado Ja

única resolucioR qne me conviene; todo interés prhado debe ser· nada

ante la felicidad de vu stra sagrada per ona y la del E Lado ; o suplico

que aceptando el bill removais el ob táculo que se opone

á

que exi ta una

dichosa armonia enlre vos y vuestros súbditos.

Ii

con entimienlo, se–

ñor, os erá de ma peso delante de Dios que todo cuanto o puedan de-

ir los hombres : ningun tratamiento es injusto para con aquel que lo

olicita. Mi alma, pronta á huir del cuerpo, lo perdona todo

y

á todo

con la dulzura de un gozo inefable. olo os suplico que concedais

á

mi

pobre hijo

y

á sus tres hermanas la protec ion que merecía u de gra–

ciado Iadre; egun que un dia parezca culpable ó inocente.

l>

Al día siguiente, Carlton, se retario de E tado, pa ó de parte d l

re á anunciar á· LrafTord que habia consentido en el bill fatal. Las mi–

rada del conde dejaron entre r algnna orpresa, per p r toda res-