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LXXXII

Prólogo.

.da, por pequeña que fuese, que no estuviese ocupada

·de belicosos

indi~s

con sus armas, dardos, hondas para

las piedras, macanas, lanzas y otras de que comenza–

ron

á

jugar, cuando se llegó el tiempo, que llovia de

todo aguacero sobre los nuestros, que llevaban tan va–

lientes br.ios, que todo esto no les era causa de retar–

dar un punto la subida; hasta que se fueron acrecen- .

tanda de manera, que se hubo de detener el Noguerol

·como aguardando que pasase un gran turbion · de

armas que caian

sobr~

él.

Y parece no

fué

sino aguar–

·dando la muerte, pues estando así detenido, se la dió

una lanza pasándole la garganta de parte

á

parte, de

·que cayó luégo muerto. Y cayera por uno de los der- •

rumbaderos, haciéndose mil pedazos, si Orozco no de–

tuviera el cuerpo, dando una voz que pasase la J?alabra

que hiciesen alto y rezasen un

Pater Noster

y un

Ave Maria

por Noguerol, que era muerto. Usanza · en

·estas guerras, cuando suceden

caso~

semejantes. Sabi:..

do esto por Vadillo, les ·esforzó · más á la subida, di–

c~endo:

Si es muerto un

.

Noguerol, ciento quedan en el

.ejército." ·

Los pobladores· de Cali se hallaban tan necesitados

·de gente como la de Vadillo de descanso y sustento,

'-

por lo cual no fué obra muy difícil para aquellos se–

·ducir á los de Cartagena, que,

á

excepcion de unos

pocos,

negar~n

la obediencia á su animoso jefe y re-