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CAP. !-INQUISICIÓN AMERICANA

15

puso Felipe II por su cédula de 25 de Enero de

1569.

Examinemos ahora lo que á este respecto había

ocurrido en la América del Sur.

Desde el rescate de Atahualpa, llevaba el Perú

la fama de ser un país cuajado de oro. Ante la es–

pectativa de una pronta riqueza, innumerables

aventureros salidos de todas las colonias españo–

las·entonces pobladas en América llegaron en tro–

pel al antiguo imperio de los Incas, y cuando ya

éste no bastó á saciar su codicia, poseídos siem–

pre de la sed del oro

y

del espíritu de descubrir

y

conquistar nuevas y maravillosas tierras, lanzá–

ronse en bandadas á los cuatro vientos.

Es fácil comprender que tales hombres, lejos de

todo centro civilizado> sin respeto á la familia ni

á

las autoridades y sin otro norte que una ambi–

ción desenfrenada y una inextinguible codicia, si

realizaron hazañas inauditas por su audacia y su

grandeza, estaban muy distantes de ser modelos

de relig·iosidad

y

de moral. En algunos casos lle–

garon á parecer más bien fieras que hombres.

Según la expresiva frase de un contemporáneo,

((pelar

y

descañonar la tierra» era el sólo lema

que guiaba los pasos de los que llegaban á las plu–

yas americanas, ya fuesen jóvenes ó viejos, mili–

tares

ó

letrados, clérigGs ó frailes.

En el orden civil disensiones continuas entre

los caudillos más prepotentes, nacidas desde los

primeros momentos de la conquista, habían he–

cho perder gran parte de su prestigio á la real

justicia; y en lo espiritual, obispos que cuidaban

unicamente de atesorar dinero, religiosos inquie-