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LA INQUISICIÓN
Montes, primero, la inadmisión de su s ucesor don
J osé Dávila, la ins talaci ón de una Junta con carác–
ter de provisional en un principio
y
luego de supre–
ma, eran hechos todos que á pasos agigantados iban
con spirando á la ruina del Tribun al.
·
El día
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de novi embre ele aqu el afío, en efecto,
estalló la conmoción popula r en que, con las armas
en la mano, se pidió, entre otras cosas,
1a
supresión
del Tribunal del Santo Ofi cio, y en curn piimiento de
estos deseos del pueblo, el día inmediato el presi–
dente ele la Junta nombrada, don Josó Cavero, pasó
á los Inquisidores el s iguiente oficio: «La indepen–
dencia absoluta de todo gobierno de Espafía ó cual–
quiera otra nación extranj era, sancionada aye r por
el Supremo Gobi erno , á impul sos del clamor públi–
co, y proclamada por el pueblo, es absolutamente in–
compatible con la permanencia ul ter io r del Tribunal
de la Inquisición en esta provin cia, sobre cuyo ex–
trañamiento hubo peticióo expresa, donde ninguna
otra autorid ad ó magistratura puede ejercerse que
no emane ó depend a esencialmente del S upremo Go–
bierno temporal: en s u consecuencia, d ispondrán
V. S. S. restituirse á la P enín sul a, de dond e depen–
den, dentro de quince días , con los ofi ciales ó subal–
ternos que quieran seguirles) .
Ordenaban, ad emás , á los Inquisidores qu e die–
sen los papeles del T1·ibunal al Obispo, á quien
debían devolve-r la juridicción en causas de fe,
y
en cuanto á los fondo s ele que di sponía el_Tribt!na1,
que se en tregasen á los mini s tros de 1-{eal Haci enda.
La Junta ofrecía que los demás empl eados qu e qui–
s iesen prestar el juramento de independencia po-