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durante el período colonial?
Por lo que se puede ver
con el tesbmonio citado, aquí se. gozaba de bastante
más libertad en la enseñanza que en la madre Patria,
y
eso que allí tampoco carecimos de ella, como lo ha_
demostrado hasta la saciedad el incansable D , Maree-–
lino Menéndez Pelayo. Figúraseme que
la mayor
parte de las elegías que se entonan á
la opresión del
pensamiento en aquella época tienen el mismo valor
que los cantos del año treinta ante una tumha y una
cruz donde reposaba una pálida
y
ojerosa damisela
malferida de amores imposibles.
¿Y quién que haya saludado siquiera un .manual
de filosofía escolásti ca le asigna por criterios los que
arriba he citado?
1
1
ingún escolástico genuino ha afir–
mado jamás que el supre1no criterio de verdad sea la
divina revelación, puesto que aún en las mi smas cosas
de la fe distinguen perfectamente el contenido de la
revelación de los criterios, tanto internos como exter....
nos, que nos impulsan y obligan á asentir á ella. Estos
criterios
ó
motivos de credibilidad caen perfectamente
bajo el dominio de la razón,
y,
por lo tanto, se fundan
en el criterio de evidencia, que es e] supremo cri t erio
de verdad.
Tampoco he visto que ningún escolástico afirme
que la curiosidad humana deba satisfacerse con la
re~
velación divina, porque la misma Sagrada Escritura
dice que Dios entregó el mundo á las disputas de los
hombres,
y
en él pueden libre1nente investigar
é
in–
quirir como en un gran libro abierto para todas las
inteligencias, como lo han hecho todos los grandes
sabios que han creído en Dios
y
en la revelación so–
brenatural desde Salomón hasta Newton} Pasteur,
Lapparant, etc. La cuestión es saber leerlo é inter–
pretarlo.
Que la razón deba contentarse con los argumen–
tos que están contenidos en la divina revelación, no es
carácter ni doctrina del escolasticismo. La razón hu–
mana puede caminar tranquilamente por los anchos