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enseñndos por
h ,
I gles ia, sin dejnr, por eso, de
minnr secretamente la autoridad que garantiza la
unidad divinamente prometida á la misma I glesia;
muchos que hacían profesion de piedad, sin tener
la piedad verdadera hácia su Padre y Pastor por
excelencia, piedad cuyo fruto genuino es la
amo–
Tosa,
lnmzilde
y
pronta
obediencia; muchos que
creyeron posible el conciliar su orgullo con el ca–
rácter de hij os de la Iglesia Católica, que quisie–
ron, para decirlo de una vez,
ajusta?' paces ent?·e
01·isto
y
B elial
(1) , es trechados hoy por la necesi–
dad imperiosa de doblegar sus altivas frentes ante
el magisterio infalible del succesor de Pedro, re–
petirán aquella palabra infausta que, en mala ho–
m,
dij era el ·pueblo elegido:
non serviarn!
se–
rá la última respuesta de sus obcecadas men–
tes (2) , y será tambien
la 1·evelacion de los sec1·etos
pensamientos ele su com.c"on.
Y así el dogmn. recien–
temente declarado será
la serial de cont?·adiccion,
que os hnrá conocer á los modernos
falsos p?·ofe–
icts, que vienen
á
vosot? ·os con vestidos ele oveJas,
y
dent1·o son lobos 1·obaclo9·es. Po1• los
fr~dos
de ellos
los conocereis
(3 ) .
Es ta ruina, sin embargo, no se consumará sin
que el alma generosa del Padre comu.n de los fie–
les se sienta traspasada de dolor, á semej anza de
la ínclita Madre del Verbo humanado, á quien se
(1) Epist.
2~
de S. Pablo
á
los Corintios, Cap. VI,
v .
15.
(2) Profec ía de J eremí as, Cap. II, v. 20 .
.
(3) Evang. de S. 1\Tateo, Cap.
vn,
VV.
15
y
16.