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rlos escritores, que defienden generosamente- la

R eligion y los mas caros inter eses sociales:

implo~

ra.mos la bendicion de Dios sobre ellos; los

felici~

tamos á nombre de la I glesia.,

confiad~

á nuestra.

vigilancia; y rogamos al Espíritu divino que ilus–

t re siempre sus mentes, inflame sus corazones en

el santo amor, y les dé fortaleza y per severancia

para pelear las bat allas del Señor : á fi n de que los

buenos sean animados por su ej emplo, los malos

teman y vuelvan

á

mej or es pensamientos, y la

verdad r esplandezca entre los hombres, con los

célicos resplando res con que la ha a.taviado Dios,

que es la Verdad ele donde se derivan todos los

principios,-que fecundan la inteligencia humana .

En medio ele

hL

encarn izada lucha, abierta por

los que sirven al errvr y sost enida por los precla.ros

defensores de la verdad, el dogma de la

infalibili~

dad pontifi cia es el blanco al que dirigen sus dar–

dos todas las sectas . L as diversas familias de h e–

r ejes', ramas cortadas del árbol frondoso de

hL

I glesia Cristiana, mmas en otro tiempo verdes y

flore cientes, y hoy secas y estériles por la malcl i–

cion divina; la crecida familia. de deístas y de

racionalist as, que militan bajo el estandarte del

Naturalismo moderno, y á quienes hiere de muer–

te la solemne declaracion de la infalibilidad ponti–

ficia, porque establece una autoridad superior á la

razon humann., cuya vista, débil y enfermiza, no

puede medir los vastos horizontes de la fé, ni pe–

netrar en la. pavorosa niebla del misterio; en una

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