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enlazó los aconteeirnientos: ¿á cuántas angustias

y

perplejidades no estuvieron sujetos los fieles de

ambos mundos? Hoy exif'lten, para

recue1~do

in–

grato de aquella época, las ruinas de una secta,

formada quizá de buena

fé,

y que ha creído que

la série de los Pontífices Swnos terminó en el

señor Pío VI, porque no faltaron quienes llega–

sen

á

entender que el señor Pio VII no había

gozado de la libertad necesaria par:¡t ejercer el

Pontificado Supremo.

[1

J

Ahora bien: si estos hechos se realizaron

siendo el Sumo Pontífice soberano temporál de

sus Estados, ¿no serian mas frecuentes, :t;nas posi–

bles y aun inevitables, si se le privase de su so–

beranía, so pretexto de que no la necesita para

el gobierno de la Iglesia? ¿No se renovarían lqs,

temores en los fieles, las dudas al cumplir sus

decretos, temores y dudas relativos

á

la falta de

libertad pontifical para sanciol)arlos? Y ¿se C·ree

de poca importancia esta perturbacion ele

las

conciencias católicas?

Habiendo dispuesto Dios que el primado de

honor

y

de jurisdiccion, que confió al Apóstol S.

Pedro, se perpetuase en su Iglesia, dispuso pro–

videncialmente que aquel dejase la silla de An–

tioquia

y

fundase la de Roma, que ilustró con su

gobierno y su glorioso martirio. Para succeder

á

San Pedro en el primado, se hizo, pues, nece–

sario succederle en el Episcopado; esto es, quedó

vint:ulado el primado de la Iglesia universaL

á

la

Diócesis Romana. De donde se deduce que esta

es la nota

ó

signo que ha de caracterizar al Sumo

.(1)

~a sec~

!lama.d.a

Pe_q1t~a lg~a,

existente .en

la

VeQdée,

Dl<5cesis de

Po~.t1ers ~n

el.

~o

1851;

VIV·Ia

ya

trabaje~rr¡ente,

.(>Ol'–

que la consumta su estenhdad.