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derecho, con que algunos intentan despojar al

Sumo Pontífice de su antigua soberanía.

.

Al Papa no le basta su soberanía espiritual,

porque, para ejercerla en provecho del mundo

católico, necesita ser independiente; de otro modo ,

no seria difícil entrabar su accion, con grave daño

de la dilatada familia cristiana que ha de escu,–

char sus lecciones y regirse por sus leyes, pro–

tectoras de la moral y creadoras de las buenas

costumbres; no podría ser independiente, sino

fuera soberano, pues de lo contrario seria subdito,

y

no gozaria de mas libertad que la que le con–

cediera el gobierno bajo de cuya dependencia se

encontrase. Y no basta que sea en realidad inde–

pendiente: es necesario que lo parezca, y que na–

die pueda dudar de que sus actos de soberano

espiritual son enteramente libres, no siendo im–

puestos por la autoridad de nadie, pues solo él

ha recibido de Nuestro Señor Jesucristo, en la

persona de San Pedro, el encargo de apacentar

á

los fieles y

á

los obispos (1) ;

y

es, por tanto, ne–

cesario que ninguno, soberano ó súbdito, pueda

imponerle la línea de conducta que ha de observar

en el gobierno de la Iglesia. Pero, aun dado el

caso en que un soberano temporal h:vantase un

trono al Sumo Pontífice al lado de su propio

trono, y le dejase en la mas completa libertad

para legislar espiritualmente, la Iglesia entera

abrigaría justos temores de que esa libertad fuese

ilusoria, porque .sabe, por una dolorosa experien–

cia, que los príncipes suelen sucumbir

á

la tent.a–

cion de arrebatar el incensario de las manos del

gran sacerdote, no siendo Saul el último que se

(1)

San Juan, Cap.

XXI,

vv.

15

y

17.