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que no hay accion contra él, ni delito que

dé~mérito!al

juicio.

En vista de esta declaracion, hecha por el mas eleva·

do tribunal de la República, tenemos derecho de decir

que el Gobierno ha procedido sin premeditacion en la

cuestion del Jubileo, y que los esfuerzos hechos para en·

contrar culpable al Muy Reverendo Metropolitano, y

las razones aducidas contra él, no se han fundado en la

ley ni en la justicia.

Pero al mismo tiempo que deducimos estas tristes con–

secuencias, vemos con placer que el fallo de la Excma.

Corte Suprema es honroso para el pais, al cual pertene·

ce tan ilustrado é independiente tribunal, para los miem·

lbros de él, que han hecho triunfar la justicia, y para la

magistratura en general. Nada hay mas agradable que

ver que los tribunales, sin consideracion á las personas

interesadas en el juicio, fallan contra el que ejerce el

poder. Esta es la mejor prueba que se puede dar dejus–

tificacion

é

independencia.

No queremos suponer que el Gobierno .haya procedí.

do con pasion en este asunto: tal >'ez por un error de

concepto creyó que la justicia estaba de su parte; pero

ya que los tribunales han dejado oir su voz, el Gobierno

está en el deber de respetar su fallo. El ha creado ese

tribunal: él lo ha invocado en la cuestion del Jubileo, y

seria una incom:ecueucia no acatar sus resolucion"es. Si

así fuese, diríamos que la pasion ha motivado sus proce–

dimientos.

Como quiera que sea, el Muy Reverendo Metropolita·

no ha añadido un motivo mas

á

la estimacion de sus fe–

ligreses: la energía y firm eza que ha desplegado en esta

cuestion, y la justicia que le han hecho los tribunales, le

dan razon para repetir que

pttecle levantw· sufrente no

rJw.ncilla"la zJor ningttn

crírn~n.

E!l vano se ha querido