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indirecta in novación; la sociedad e ntera, el Estado mis–

n:o presiente los ma!F.s que la ad misió n de la libertad de

cul tos desencade naría sobre su cabeza.

Encargado de relatar brev-emente los motivos que los

rep resentan tes que fo rman la sección primera de este

Congreso han tenido para aprobar el proyecto que sobre

esta materia le sometió la Comisión O rga nizado ra

y

del

que voy á da r(lS cuenta en seguida; ren uncio á ex pone–

ros las mil consideraciones que han imperado en su áni–

mo para acepta rl o.

Debo, sí, deciros que lo ha n hecho no sólo siguiendo

la explícita doctrina de la Iglesia comentada latamente

por filósofos cristia nos, sino a un sig uiendo la opinión de

escritores disidentes que creen con Montesquieu que–

como es la verdad- la unidad de relig ión es el primero

de los bienes para las naciones;

y

que sería inconcebible

aberración en los Estados que lo poseen, empeñarse en

perderlo.

N o ésta rá demás que en confirmación de esta verdad,

cite las palabras de A hrens, publicista alemán, respecto

de la tolerancia de cultos.

"La di versidad de relig iones en una misma Nación

t iene, si bien se medita, no pocos inconvenientes. E sto

no quiere decir que se tenga com<;>

un dogma la intole–

ra ncia,

y

que se arme el brazo del 'hijo para descargar

sobre la cabeza de su padre; sólo se quiere ma nifestar

que la unidad de creencia entre todos los que com ponen

un a nación, unidad espontánea

y

de convicción a rraiga–

da en lo pasado, es mil veces preferible á la diversidad

de cu ltos; que es una felicidad, para los que viven baj o

un mismo Gobiern o, tener un os mismos sentimientos re–

ligiosos. L a finid ad de creen cia en todo el género hu–

m~mo

es el fin á que conspiran los nuevos reformadores;

de modo que, hasta por sus mismos principios, se descu–

bren las ventajas que llevan á las demás, aquellas nacio–

nes que no abri ga n en su seno un germ en de discordia

y

desunió n, alimen tado por la diversidad de cultos."

Los legisladores

y

hombres de Estado del Perú deben,

pues. inspira rse e n estos principios

y

no consentir jamás

en co ndensar e n el cielo sereno de su patria la negra tor–

menta de discordia, desunión

y

guerra que se desenca–

de naría sobre la familia

y

la sociedad, socabando las ba-