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u.

1,rnosru..

295

<1ne

se sosiega , lMgate

á

él ,

y

dile palabras de consuelo, con blan-

1lura

y

suavidad,

á

este morlo. El santo viejo Simeon , teniendo á

, Jesus en sus brazos, deseó la muerte: no la tema V., pues que lo

tiene en su corazon

y

alma. ¿Y por qué ha de temer la muerte?

¿Qué queria, que no le quitase la vida? ¿No es mejo1· ahora que

está bien dispuesto, que cuando no lo esté? Si tiene temor, dile,

crue el diamante, záfiro,

y

c::irbunclo, puesto sobre el corazon,

quitan el miedo. Tome V. estas tres piedras precios::is que le dan los

santos. El diamante Job: aunque me quite Dios la vida, he de es–

per::ir en él. El záfiro David: Si anduviere en medio

1h~

l::i

sombra

de la muerte, no" temeré mal ninguno, porque Vos, Señor, est::iis

con141igo. El carbunco san Pablo: ¿Quién me apartani de la cari–

dad de Cl'isto? ¿Por ventura la muerte? Cierto estoy , qne · ni la

muerte, ni el infierno, ni otra cualquier cosa será hast::inte para que

yo deje de querer, que se cumpla en mi l::i voluntad de Dios. Pon–

ga estas palabras en su corazon,

y

las de Cristo: Yo soy resurrec–

cion

y

vida, el qne en mi cree con viva

fe,

aunque haya muerto,

vivirá, y no temení,

y

menos si considera, que el miedo <le la

mm~r­

te no la impide, sino la acelera mas: y mucho menos, si ad vierte

la ganancia, si repara en el trueque, si mira lo que le quitan, y

por qué se lo quitan; que es tierra por cielo , muerte por vitla,

mal poi· bien, trabajo por descanso, mundo por Dios; y de un pe–

cador, se hallará en breve trocado en un santo

y

bienaventurarlo. Si

temiere todavía, consuélalo diciéndole : que no es nuevo temer la

muerte, porque de ordinario no viene con gusto, ni la vida se acaba

sin disgusto. Aquellas tres lnmhreras del pueblo de Dios, Abrahau,

Isac, y Jacob, la temieron. Elias pedía

á

Dios la muerte,

é

'

iba huyendo de ella, entrándose por los desiertos, por no caer en

manos de

J

czahel , que se la queri.a dar. David , que se quejaba de

que

le

durase tanto la vida, diciendo: ay de mí, que se ha a·largatlo

mi destieno ;

y

en otra parte, llamando prision á esta vida ,

y

cár–

cel al cuerpo, pide

á

nuestro Sel'íor, que saque su alma de éJ,

y

la

ponga en libertad , para alabarle y bendecirle : temiendo la muerte,

se fingió loco, hacia visages, volvia los ojos, torcia la boca , deja–

ba 'correr la saliva por la barb::i ,

tlaha

golpes con las puertas,

y

se