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IIO
DOMINGO OCTAVO
M E. D 1 T A C 1 O
N.
De la limosna.
P U N T O
P R I M E R O.
Considera que la limosna en nuestra religion no es un
simple consejo , sino un precepto. ¡Qué error tan gene–
roso imaginarse que la caridad cristiana sea una obra de
supererogacion
!
Jesucristo nos manda expresamente dar limosna,
y
es–
te mandamiento es tan riguroso, que el no haberle cum–
plido bastará para ser reprobado de Dios,
y
para oir
esta 'formidable sentencia: Id, malditos, al fuego eterno:
i
Y por qué? Porque tuve hambre, dirá el
Sc~r,
y
no me
dísteis de comer; estuve desnudo,
y
no me dísteis con
que vestirme. Un Dios tan bueno
y
tan justo no repro–
oará
á
los hombres por haber omitido unos simples con–
sejos, sino por haber quebrantado sus preceptos. Decid
de pues de esto , que la limosna solo es un acto de de–
vocion.
- En verdad os digo, dice el Salvador del mundo, que
siempre que hicísteis estas cosas con uno de los .mas pe–
queñuelos de mis hermanos, las hicísteis conmigo
y
á
mí
mismo. ¿No es cosa que aturde el que haya todavfa en la
Iglesia personas faltas de todo entre c;ristianos, que no
crean este artfculo, uno de los mas importantes, y de los
Ililas bien fundados de nuestra fe;
á
saber, que todo el
bien que se hace á los ótros, se hace
á
la misma persona
del Salvadod
¿Podía Jesucristo hacer un partido mas ventajoso
á
los pobres, que ponerse él mismo en su lugar
1
¿podía la
providencia asignarles un fondo mas abundante para su
subsistencia
1
Y si hubiera fe entre nosotros, ihabria per–
sonas mas felices que éllos
1
No es al pobre á quien rehu-
. so este socorro; se le rehuso y niego al mismo Jesucristo.
No es
á
un hombre vil
y
despreciable á quien despido con
dureza
y
malos modos: es al Salvador del Universo, es
al Redentor, al Juez supremo de todos los hombres á
q.uien
desprecio;
y
no pensemos que el pobre nos pide una