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DOMINGO OCTAVO
dero Dios fue llevado
y
predicado
á
todas las naciones del
mundo :
Docete omnes gentes.
Habiendo los predicadores
evangélicos anunciado á Jesucristo en todo el universo:
In
omnem terram exivit sonus eorum
,
.et in fines orbis terree
verba eorum.
La memoria de esta maravilla
y
de esta gran
misericordia nos la recuerda el intróito de la misa de es–
te domingo para avivar nuestra fe
y
nuestro amor á Dios,
y
para hacernos prorumpir en continuas acciones de
gracias.
La epístola es del capítulo
8.
de la carta de san Pa–
blo
á
los romanos. Habiendo hecho ver el Apóstol cuan
diferente debe ser la vida de un cristiano de la de un hom–
bre carnal, nos hace advertir, que aunque la concupiscen–
cia
y
las pasiones no se hayan extinguido enteramente
por la gracia del bautismo, quedaron bastante debilitadas
y
flacas ,
y
no tienen sobre nuestro corazon otro imperió
que el que nosotros les damos voluntariamente. Da despues
los motivos que tenemos para tenerlas esclavas
y
sujetas;
y
dernuest a que debiendo un fiel ser un hombre todo es–
piritual, no debe vivir segun las inclinaciones de la carne.
Debitores sumus non carni
,
dice ,
ut
secundum carnem
_
vivamus
:
No somos deudores á la carne , para que viva–
mos segun la carne. No es la carne á quien debemos nues–
tra nueva vida: nacemos hijos de ira, pues nacemos escla–
vos del pecado: á solo Jesucristo debemos nuestra liber–
tad: por el bautismo somos reengendrados;
y
así debemos
vivir para solo Jesucristo, y solo segun su espíritu
y
sus
rná
í~nas.
Por este nuevo nacimiento del agua
y
del espí–
ritu no e'stamos ya sujetos á la carne, al pecado, á la con–
cupiscencia; ésta ningun imperio tiene ya sobre nosotros:
solo Jesucristo debe reynar en nuestros corazones. Infeli–
ces de nosotros, si renunciando á esta dichosa libertad de
hijos de Dios, nos sujetamos de nuevo al imperio del peca–
do. Jesucristo por los méritos de su sangre
y
de
~u
muerte
rompió nuestras cadenas,
y
destruyó el imperio del demo–
nio. Este enemigo todavía tiene alguna inteligencia en la
plaza: nuestro amor propio, nuestros sentidos, nuestro mis–
mo corazon nos puede hacer traicion; y así debemos des–
confiar de éllos continuamente; pero ámenos que nosotros
_no queramos introducirle en el fuerte, él no puede hacer si–
no esfuerzos inútiles: es un perro rabioso, dice san Agustín,