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' NOVIEMBRE. DIA II.

que fundase el monasterio, que se llamó de Brachi, reco–

giendo en él todos sus monges , y el mismo rey se reti–

raba

a

él de quando en quando por muchos dias para va–

car 'Únicamente al negocio de su sal vacion baxo la direc–

cion de nuestro Santo, preciándose de ser discípulo suyo.

Enfermó gravemente por este tiempo Celso, arzobis–

po de Armach , y primado de Ing_laterra , y hallándose

cercano

a

la muerte, declaró al pueblo

y

al dero que no

conocia otro sugeto mas digno de sucederle que el obispo

Malachfas. Clérigos y seculares, grandes y plebeyos, to·

dos

a

una voz aplaudiéron los deseos del primado'

y a

pesar de la resistencia del Santo, fué colo ·ado

a

la fren–

te de todo el clero de Irlanda. Por cierta especie de abuso

y

de la relaxacion inaudita se hallaba invadida la Silla

primacial por algunos intrusos que no eran siquiera sa–

cerdotes ;

y

cierta familia de las primeras de la isla ba–

bia hecho como hereditaria en su casa aquella dignidad,

tanto, que sucesivamente la habian ocupado catorce

ó

quince generaciones de la misma casa : desórden que por

espacio casi de dos siglos babia causado la ruina de la dis–

ciplina eclesiástica,

y

punto ménos que el exterminio de

la religion en toda Irlanda. Conociólo así el arzobispo

Celso,

y

por eso como hombre bueno

y

timorato puso los

ojo en San Malachfas, pareciéndole que solo él eta capaz

de resucitar la piedad que .San Patricio, Apóstol de toda

la isla, babia introducido en ella.

Aunque era tan trabajosa aquelJa primera dignidad , el

nombre solo de Primado sobresaltó la profunda humildad

de Malachias;

y

fuéron menester todas las instancias del

beato Malch, obispo de Lesmor, íntimo amigo suyo,

y

todo la autoridad de Gilberto, legado de la santa Sede,

para reducirle

a

que la aceptase,

y

aun así

~o

cedió, has–

ta gue se le amenazó con excomunion. Pero habiendo en–

tendido que cierto Mauricio, de la familia de aquellos que

se soñaban arzobispos hereditarios, se portaba como tal,

añadió

a

su aceptacion dos condiciones: la primera' que -

no babia de entrar en la ciudad metropolitana hasta que

muriese

ó

se retirase el usurpador, temiendo ocasionar al–

gun alboroto,

ó

acaso la muerre de alguna oveja suya,

quando

soli~itaba

dar

a

todas la sal vacion

y

la vida. La se–

gunda , .que si con el ·tiempo se lograba restituir la paz y

la