DEVOTOS.
lOI
nos Nestorianos,
y
otros que seguian los errores de Dia
V.
Eutíques
y
de Dióscoro.
Por mas amante que fuese del retíro ,
sit1
embar–
g0,
supo privarse de él siempre que lo pedían la glo.
ria de Dios
y
el bien de la Ig le ia. El E mperador
Anastasia , fautor de los hereges , d sterró
á
Elías,
Patriarca de Jerusalén,
y
perseguía
á
los Católicos.
Apenas tuvo noticia San Sabas del peligro que co!ria
la fe en el Oriente , hizo dos viages
á
Constantino–
pla. Sl!l
vista aterró al Emper dór, confundió
á
los
Eutiquianos, detuvo
el
curso de la pcr secucion;
fue
intrépido
á
consolar en su destierro
á
los
c
nfesores
de Jesu-Christo,
y
animó
la fe
vacilante de
un
gran
número de Solitarios.
Mientras que nuestro Santo trabaj aba con
una
so~
licitud contínua en mantener la pureza de la fe or–
todoxa,
y
el
vigo r de la disciplina regular en todos
los Monasterios de la Palestina; una horrible ham–
bre le dió ocas ion de exercitar su caridad,
y
de hacer
patente su santidad con un gran nú nero de milagros.
De
todas partes le iban
á
representar la extrema ne–
cesidad de los Monasterios ,
y
al mismo instante hacía
Di
s
algunos milagros pa ra aliviarlos. El Ecónomo
de su gran Laura le
fl
e
á
decir , que no había ni
aún
pan para decir Misa.
San
Sabas levantó los ojos
y
las
mano s al
Cielo, y casi á
la
misma hora se vier0n
lle-.
gar
treinta acémilas carg adas de
ví
eres. E l
E mpe–
r ado r
J
ustino, Príncipe Católico, succesor
de Anas–
tas io, publicó un ediéto, mandando que en todo
el
I mpe rio se recibiera el Concil io de Calcedonia;
lo
mismo fue llegar
á
noticia
de San
Sab~s
esta deter–
minacion
del
Emperador, que sin
reparar
en lo aban·
G 3
za