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SEñOR

NUESTRO.

223

multo tomaba cada vez mas cuerpo , se sentó en su

Tribunal; y habiendo mandado que le

tra~se n

agua,

se lavó las manos

a

vista del Pueblo ,

y

pfote tó que

no tenia parte alguna en la muer te e aquel ju to ,

y

que no queria ser responsable de su sangre. E ntonces

el Pueblo exclamó: Cayga su sang re sobre no otros

y sobre nues tros hijos : que fue como decir: Noso–

tros nos cargamos con el delito ' y alimos

a

la

pena

que deba venirnos por su muerte. E sta impr cacion

cayó tan vi siblemente sobre aquell a desventurada

naéion , que todavía lleva sobre sí la pena de un de–

lito tan negro , y la llevará hasta el fi n de los siglos.

Cediendo Pilatos

a

un v il res.peto humano, y y endo

contra su p ropria conciencia, dió la sentencia, y con–

denó al Salvador del Mundo

a

ser crucificado. J amás

se vió juicio -mas injusto, ni mas irreo-ula r. E l mismo

Juez que d ió la sentencia, puso al Cielo por tes–

t igo de la irregularidad de ella. P ero despues que un

Dios se ha dignado hacerse hombre , y este D ios he–

cho hombre ha que rido morir para satisfacer

a

la jus–

ticia divina por todos los hombres , no hay que espe–

r ar sino excesos , sino hechos los mas incomprehensi–

bles al espí r it u humano.

Como qua ndo se pronunció

la

sentencja era la

víspera d l Sábado, se aceleró la execuci n : ar ranca.–

ron1e al Salv ador

1

manto de púrpura e n que es aba

cubierto el cuerpo; pero como aquel adorabl e cu r–

po era todo una llaga sang rienta, habíase· pe ac;

el

manto con los hue os de modo, que al a rran arlo fu e

p reci so a rrancarle los pedazos de car ne que haLían

quedado sobre aquel sag rado esqueleto. J uzgad qual

sería este nuevo tormento. Volv

i

ronle

a

poner us

ves-