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g
VIDA DE CHRISTO.
í:O
es, ir
a
asistirle en
SU
vejez,
y
a
hacerle en .
SU
muerte las últimas exequias; pero J esus le respondió:
Sígueme ~:._
t{.f
xa
a
los muertos
,
que entierren
a
sus
muertos: y tú vé
a
anunciar el Reyno de Dios. (u)
Por el
término muertos, enfendíael Salvador en un sentido
fi-
_gurado las gentes del siglo;- bella leccion para las per–
sonas religiosas que todavía están presas con los
la~os
de la carne y de
la
sangre ; pero la que se sigue no
esº menos instruétiva. Habiéndole dicho uno de
su~
Discípulos : Señor, yo os seguiré; pero permitidme
que me desqaga antes de
lo
que hay en mi casa : le
respondió Jesus :
Ningun hombre que echa la mano al
arado
.
y mfra atrás, es apto para el Reyno de Dios;
queriendo dár
a
entender con esto ' que para seguirle
verdaderamente, es necesario olvidar todo lo que se
era,
y
todo lo que se ténia
~n
el mundo.
Habiendo llegado el Salvador
a
la falda del mon·.
te , curó todos los enfermos que
lo
aguardaban en
el llano '
a
vista de
la
infinidad de gentes que se ha-·
bían juntado. Como uno de sus mayores cuidados era
instruir
y
formar
a
los que debían ser
la
luz del mUn·
do
y
la sal de
la
tÍerra, habiendo despedido toda aque·
lla multitud, se retiró Jesus con sus Apóstoles y Disci·
pulos'
a
un sitio de aquella campiña; sentado allí so–
bre. un montecillo , y habiendolos hecho sentar ·alder–
redór de sí, les descubrió los tesoros de Ja ciencia de la
salvacion ,
y
toda la santidad de su Doéhina: empezó
por enseñarles en qué consiste la verdadera felicidad,
aun en esta vida, sabiendo muy bien que la ínclinacion.
mas natural
del
hombre
es querer sér felíz,
·§.XXI.
(u)
Luc.
9.