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8

g

VIDA DE CHRISTO.

í:O

es, ir

a

asistirle en

SU

vejez,

y

a

hacerle en .

SU

muerte las últimas exequias; pero J esus le respondió:

Sígueme ~:._

t{.f

xa

a

los muertos

,

que entierren

a

sus

muertos: y tú vé

a

anunciar el Reyno de Dios. (u)

Por el

término muertos, enfendíael Salvador en un sentido

fi-

_gurado las gentes del siglo;- bella leccion para las per–

sonas religiosas que todavía están presas con los

la~os

de la carne y de

la

sangre ; pero la que se sigue no

esº menos instruétiva. Habiéndole dicho uno de

su~

Discípulos : Señor, yo os seguiré; pero permitidme

que me desqaga antes de

lo

que hay en mi casa : le

respondió Jesus :

Ningun hombre que echa la mano al

arado

.

y mfra atrás, es apto para el Reyno de Dios;

queriendo dár

a

entender con esto ' que para seguirle

verdaderamente, es necesario olvidar todo lo que se

era,

y

todo lo que se ténia

~n

el mundo.

Habiendo llegado el Salvador

a

la falda del mon·.

te , curó todos los enfermos que

lo

aguardaban en

el llano '

a

vista de

la

infinidad de gentes que se ha-·

bían juntado. Como uno de sus mayores cuidados era

instruir

y

formar

a

los que debían ser

la

luz del mUn·

do

y

la sal de

la

tÍerra, habiendo despedido toda aque·

lla multitud, se retiró Jesus con sus Apóstoles y Disci·

pulos'

a

un sitio de aquella campiña; sentado allí so–

bre. un montecillo , y habiendolos hecho sentar ·alder–

redór de sí, les descubrió los tesoros de Ja ciencia de la

salvacion ,

y

toda la santidad de su Doéhina: empezó

por enseñarles en qué consiste la verdadera felicidad,

aun en esta vida, sabiendo muy bien que la ínclinacion.

mas natural

del

hombre

es querer sér felíz,

·§.XXI.

(u)

Luc.

9.