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bre
sembraba la zizaña en el campo del Se-
ñor ; cada dia abortaba el infierno
nuevo~
monstruos de error
y
libertinage. Francia se
miraba por una parte infelíz ctí.na de los Val–
denses
y
Albigenses , Almerícos , Guilbertos
Porretános
y
Guillermos de Santo-amore; Flan–
des
y
Lombardía eran una Africa, madre de
monstruos por los que vomitaba en los nuevos
sucitadores del antiguo Manicheismo; nuestra
España gemía baxo el yugo mahometano
; Ita–fü,
centro dichoso de la Fé y Religion, ve.fa
desconsolada enturbiarse las aguas puras de las
fuentes, que vaticinaron los Profetas, con
el
cieno abominable de
la
heregía de los Cátaros
y
Patarénos , sacrilegos calumniadores de
la
virtud
y
eficacia de los Sacramentos ; en una
palabra, se hallaba la Iglesia en aquella Epoca
ta n afligida
y
lastimada , que traspasado del
mayor dolor
y
sentimiento el Supremo Pa stór
de ella (
l)
comparaba
a
las cinco 11ag:1s de
J
esu·
Christo las gravisimas calamidades que enton–
ces la afligian , como eran : el
Císma ck
los
Griegos ;
b
heregía que hacía grandes estra-
B
gos,
( 1)
Este Pontifice fue Inocencio IV.,
y
todo lo
dicho se puede ver en
la
Hist. Eccles. del
P.
Orsi,
P.
Berti y en los Rudimentos histor. impresos
en
Ma–
drid en el aÍlo 1787. tom.
3'·
opuse. 6.