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cellas , anímadas del mas maravilloso aliento
que infunde la gracia , no dudaron,
o
no te–
mieron desafiar intrepidamente
a
aquellos crue–
les tyranos , probar sus fuerzas
y
burlar sus
mas espantosos tor111entos ; pero en aquellos
primeros siglos de sangre
y
horror (mejor di–
ré de oro para el Christianismo) no descui–
dó el Señor de asistir
a
su Iglesia con
co–
piosos socorros de luz , que le envió para di–
sipar las tinieblas del Gentilismo ,
y
hacer
patente
a
los ojos de todos la verdad del
Evangelio.
El
"mismo Jesu-Chrlsto (
I)
formó
a
sus
Apostoles , luces , para qu@ alumbrasen
a
la
nueva Jerusalen
y
removiesen las sombras de
la
Sinagoga , que acababa de espirar. Resplan–
decieron despues en la casa de Israel , como
brillantes Astros , sns mas sabios Discípulos,
Dionisia , lrenéo, Ignacio,
Ju
tino
y
Timó·
tbeo , quienes con
la
luz de su predicación
y
doctrina confundieron
a
un Basilides ,
a
un
Menandro ,
a
un Cerimho ,
a
un
Ebión
y a
un exercitO" de Nicolaítas, quienes no menos
sacril gos , que crueles, pretendían corromper
con ns falso dogmas la pureza
y
sincéridad
del
Evangelio ; pero como
la
Igle
ia
ya
en
su
(1)
Math.
5.
v.
i4.