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frutar de sus derechos. La razó n humana, libre
hoy, combate en
el
terreno de la idea, el único
que legítimame nte le corresponde.
Esta conqui s ta social permite á los hombres,
que consag ran sus esfuerzos al est11dio ele la
ciencia, dir
igir su !Jensami ento por cualquier
rumbo por
rr.áspeligroso qu e é l sea. Así se
explica de un modo natural , siguiendo la ley de
la división del trabaj o,
el
desarrollo admirable
qu e han alcanzado los conocimientos en nues–
tro siglo. así como la infini ta variedad de teo–
rías
y
afirmaciones qu e se dividen el te rreno
científico. Al abrirse és te á todas las intel igen–
cias, generalmente ha n s ido resueltos los pro–
blé:mas de un a ma ne ra
s ubj e tiva, requiri é n–
dose mucha fu e rza
y
lu z e n una verdad descu–
bi e rta
y
sos tenida por uno pa ra se r aceptada
po r los demás. Pero es te desarrollo brusco y,
tal vez, demas iado rápido de nu es tras cie ncias
ha ocas ionado un desequ ilibrio: no se ope–
ra, con igual ve locidad, la evolución del senti–
miento que la evolu ción del pensamiento; no se
pu ede n arra ncar las creencias hondas. que, por
su mismo carác te r in co nscien te, se penetran e n
los pliegues más delicados del corazón
y
no
ofrecen blanco definido, con la mi sma facilidad
con la qu e
la
inteli ge ncia acepta una nueva teo–
ría científica. De aq uí qu e el hombre moral de
nu es tro siglo no ande acorde con el hombre
intelectual. De aquí que esa lucha sorda que
se reali za e n e l fondo de nuestro ser, se mani–
fieste en el ·ca rác ter y en los actos por un frío
escep ti cismo, por un pesimismo doloroso. Cuan–
do se establezca esa armonía entre el senti-