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B.
pÉ r~El
nA
LD6s
-Ten paciencia-le dijo Gloria,-:-que otros
hay
más
d~sgraciados
que tÚ.:t
.
. ·Caifás, que estaba en el
~uel(j,
elevó
SUB
ojos hacia la hermosa doncella sentada en la .
tarima. No era posible mayor semejanza con
. los cuadros en que el arte ha puesto una figu- ,
ra .
m~ndana
orando de rodillas al pie de la
Virgen
M
arfa. Sólo los
traj~s
podían quitar la .
ilusión.
E~tre
los ojos de tOP9, la faz ap,gulo-
.sa, el este.vado cuerpo, la color amarilla de
J~osé
Mundideo
(á
quien todos en Ficóbriga . .-
/ cono.cían por el' mote de Caifás)
y
la seducto–
ra ,hermosura de Gloria,
hahía
tanta distan–
cia como de la miseria del m'\..ludo á -la majes..
tad de los cielos. El sacristán infló el pecho
para echar fuera un suspiro tan grande como
la Abadía,
y
acurrucá~dose
en· el suelo, dijo: ·
«¡Paciencia yol. .. Pues qué" ¿queda -todavía ..
algo de paciencia en el mundo? .Creí que
y'Ó
me la había cogido.,toda... En verdad que si
no fuera por las almas caritativas como la se- .
iíorita Gloria" ¡qué sería de mi
y
de
~is
po–
bres hijo.s!»
Los· tres chicos de Mundideo parecían
con,·
firmar esta aseveración del
padr~
contem–
plando
á
la sei'iorita de Lantigua con miradas
fervorosas. Eran dos varones
y
una hembra
pequefiuela. Esta, poseída de profunda
admi·