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PROLOGO

Gesta muy empefiosa requiri6 el establecimiento de la imprenta en la Ciudad de los

Reyes, a pesar de haberse fijado en ella el centro del dominio hisparuco en la America

Meridiona~

pues, no obstante ser un instrumento necesario para el buen gobiemo, temi6se

siempre que se la pudiera usar para fines reflidos con los designios oficiales. En la Espaiia

metropolitana se hallaba sujeta a censura, para evitar la propagaci6n de doctrinas hereticas; y

el celo lleg6 en America hasta prohibir la difusi6n de las novelas de caballeria, porque el

heroico altruismo de sus heroes podia inspirar a los nuevos pobladores el deseo de imitarlos

y enderezar sus pasos hacia una personal aplicaci6n de la justicia. Pero aquellas prevenciones

fueron inoperantes, porque la sociedad organizada ha apelado siempre a la comunicaci6n,

para asegurar el conocimiento y la obediencia de sus normas, tal como lo recuerdan las

discusiones del agora griega, los pregones efectuados en las plazas publicas de las ciudades

mediqevales ymodemas, y aun los carteles que eran ostentosamente colocados en las puertas

de

l~

iglesias y los edificios comunales. Y nada pudo contener el funcionamiento de las

prensas limefias, al reconocerse que sus trabajos eran imprescindibles para la organi7.aci6n del

estado espafiol en el Peru, e inclusive para la evangelizaci6n y la aculturaci6n de los pueblos

nativos.

El primer taller tipogrcifico fue establecido en Lima clandestinamenttpues, a despecho

de mediar una prohibici6n real, el impresor turines Antonio Ricardo trajo sus implementos

desde Mexico; pas6 angustiosamente la inspecci6n de las autoridades portuarias; y, gracias a

la protecci6n de los jesuitas, pudo instalarlos en una amplia estancia del Colegio Maximo de

San Pablo. Pero todo qued6 inmovilizado alli, mientras los sacerdotes interponian sus

auspiciosas instancias ante los personeros gubemativos y respaldaban al desvalido impresor

con una amplia garantia. Pasaron largos meses, sin que fuese posible conrnover la recelosa

morosidad de los oficiales reales. Y no era para menos, pues la merced era solicitada para un

extranjero que habia introducido en forma irregular los utensilios propios de su arte, y a la

saz6n subsistia gracias a los frutos de eventuates encargos e ingeniosos trabajos. Sohre

finas

hojas de pergamino traz6 grandes cantorales para el coro de la Catedral, discretamente movi6

sus prensas para reproducir estampas y naipes que el mismo grababa, y tal vez utiliz6 sus

tipos para hacer algunas esquelas religiosas o sociales. Hasta que un buen dia fue requerido

por sus protectores, para iniciar la impresi6n de los textos elaborados en lenguas indigenas,

seglln las disposiciones del III Concilio Limense, con el prop6sito de atender asi a la enseiianza

de

la doctrina cristiana entre los pueblos nativos. Ymasque mediados estaban

ya

los respectivos

trabajos, cuando lleg6 la real orden que autorizaba el aprovecharniento del taller para

imprimir

la pragmatica de Gregorio VII sobre la reforma del calendario.

Durante dos decadas cuid6 Antonio Rictlrdo los trabajos de su tipografia; y no cabe

duda que mediante ellos ofreci6 una valiosa contribuci6n a la empresa civilizadora de Espafia.

Seglln consta en los registros bibliognificos, solo ha llegado hasta nosotros medio centenar

de esos trabajos; pero es probable que de sus prensas salieran ademas otras piezas, pues

algunas referencias nos hacen saber que circularon separadamente algunas partes de la

Doctrina Christiana

queen 1584 le permiti6 iniciar sus labores, como el

Catecismo para

lnstruccion de los indios

o el

Confesionario

y

pre_.1!.aracion para morir,

y sin esfuerzo

puede presumirse que tambien diese a la publicidad algunos textos perecederos. Lo cierto es

VII