

PABLO M ACERA
maestro Cipriano Norona ni si–
quiera habfa sido empezado;
los cuartos sucios y una gotera
del techo que humedecfa los
estantes completaban el paisa–
je. En la misma Universidad de
San Marcos, Equiguren recoge
la noticia de que cuando en
1780 una comisi6n nombrada
por el claustro quiso entrar en
la biblioteca no pudo hacerlo
porque estaba llena de polvo.
La historic de la biblioteca de
San Marcos durante la Colonia
mas parecerfa relato novelesco
que documental. Los biblioteca–
rios de San Marcos casi nunca
recibieron sueldo y descuidaron
por tanto sus funciones. Toda–
vfa a fines del siglo XVIII (1781)
Don Manuel de Urfa pudo decir
que ese cargo era puramente
nominal y de aquellos que se
llamaba de «bonete coloradon.
Y a principios del siglo XIX, se–
gun Eguiguren, para pagar sus
sueldos a Sanchez y a Paredes
(300 y 200 pesos anuales) hubo
que recurrir a las asignaciones
del Procurador en Cortes ya las
rentas del ramo de indultos que
antes se gastaba en refrescos
para las maestros del claustro.
Muy poco goz6 la Universidad
de este exiguo fondo, parcial–
mente destinado a la compra
de libros, pues ya en 1813 sirvi6
para pagar el solaria de Don
Miguel Moreno apoderado de
San Marcos en Cadiz y Madrid.
Par cierto que las profesores no
demostraron mayor preocupa–
ci6n par una biblioteca que no
usaban, al punto que algunos
de ellos sugirieron a fines del
siglo XVIII que provisoriamente
fuese trasladada al Oratorio
de San Felipe Neri. Cuando el
128
Virrey Guirior suprimi6 el cargo
de bibliotecario
y
orden6 que el .
cuarto donde se guardaba los
libros «jornaleramente» -segun
expresi6n del Doctor Bousso Va–
rela volviese a su primitivo uso
de Aula General o Magna, no
hizo sino consagrar oficialmente
un hecho consumado. A pesar
de la labor del padre Cisneros
y
de que por los mismos anos
el claustro en una repentina
crisis de conciencia dispuso la
formaci6n de unas Memories
Gubernativas de la Real Biblio–
teca de San Marcos y orden6
que se compraran «correctas
ediciones de las modernas mas
adoptables a su uson la bibliote-
ca universitaria nunca cumpli6
las normas de funcionamiento
que Amat le habfa impuesto
en 1769. En San Marcos no se
lefa
y
cuando se querfa hacerlo
no faltaba quien lo impidiese,
como lo recuerda aquella c6-
mica
y
tragica revoluci6n de las
velas que recuerda Eguiguren.
La situaci6n no vari6 hasta la
lndependencia pues en 1813
El
lnvestigodor
(N° 51, 21 de oct.)
denunciaba que la biblioteca
de San Marcos no podfa visitar–
se porque sus puertas estaban
siempre cerradas a piedra y
lodo mientras el bibliotecario
se pasaba el dfa mirando las
estrellas.
«En San Marcos no se lefa
y
cuando se querfa hacerlo no
faltaba quien lo impidiese,,.
Pablo Macera.
Joyas de la Biblioteca