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-7-

" nente; cuyos ojos

y

facciones, al. par que infun–

" den respeto; conmueven e l alma. hacen palpi–

,, tar e l corazón de cy_antos

la

miran, arrancan

" lágrimas a los devotos

y

ablandan

los pechos

"de los mismos incrédulos. Los que han tenido

" la dicha de visitarla

y

·verla hab-ran experimen –

" tado estos efectos;

y

han visto

y

som test igos de

'' que su augusta pres!"ncia asombra a cuantos

" la miran

y

no hay quien no ll ore a sus plantas.

" Sl

Niño Je sus brazos tiene una

expresíón tan

" tierna

y

una Ítsonomía tan

risueña, que invitan

"al casto :.1mor''

(r).

Enamorado Yupánqui de su trabajo, lo mos –

traba a las person;¡s de

su confi;¡nza, una . de las

cuales era el P. Fr;:¡ncisco Navélrrete, franciscano,

quien quedó estupefacto a l contemplar obra tan

perfecta sa lida de manos de un

indio ignorante.

Igua l admiración experimentaron el Párroco de

Copacabana, Sr. Montoro, y las personas peritas ·

en escultura, las cuales a una vez testificaron que

la imágen de Yupanqui era una de las 1uas hermo–

sas de la SS. Vírgen.

Solos los Urinsayas 's e obstinabéln e n no d ;u

a estos prodigios del a rre

y

se decidi P. ron ·a

im–

pedir a todo trance la Entrad;¡ d e la

S<~nta

Imá–

gen en Copacabana, negándose a prestar vasallaje

a,

su füina y Señ ora,

y

siendo necesa ria toda la

( l l

Historia dP.

Onpar.~hann

y

rle

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~Jil11 grosa

lrn ágen

de sn Ví,·gen

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