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" nente; cuyos ojos
y
facciones, al. par que infun–
" den respeto; conmueven e l alma. hacen palpi–
,, tar e l corazón de cy_antos
la
miran, arrancan
" lágrimas a los devotos
y
ablandan
los pechos
"de los mismos incrédulos. Los que han tenido
" la dicha de visitarla
y
·verla hab-ran experimen –
" tado estos efectos;
y
han visto
y
som test igos de
'' que su augusta pres!"ncia asombra a cuantos
" la miran
y
no hay quien no ll ore a sus plantas.
" Sl
Niño Je sus brazos tiene una
expresíón tan
" tierna
y
una Ítsonomía tan
risueña, que invitan
"al casto :.1mor''
(r).
Enamorado Yupánqui de su trabajo, lo mos –
traba a las person;¡s de
su confi;¡nza, una . de las
cuales era el P. Fr;:¡ncisco Navélrrete, franciscano,
quien quedó estupefacto a l contemplar obra tan
perfecta sa lida de manos de un
indio ignorante.
Igua l admiración experimentaron el Párroco de
Copacabana, Sr. Montoro, y las personas peritas ·
en escultura, las cuales a una vez testificaron que
la imágen de Yupanqui era una de las 1uas hermo–
sas de la SS. Vírgen.
Solos los Urinsayas 's e obstinabéln e n no d ;u
fé
a estos prodigios del a rre
y
se decidi P. ron ·a
im–
pedir a todo trance la Entrad;¡ d e la
S<~nta
Imá–
gen en Copacabana, negándose a prestar vasallaje
a,
su füina y Señ ora,
y
siendo necesa ria toda la
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Historia dP.
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