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draron,

y

Córt

su buen:i doctrina urbana,

y

militar

criaron.

Yo, incitado del deseo de la conservación de las anti–

guallas de mi patria, esas pocas que han quedado, por–

que no se pierdan del todo me dispuse al trabajo tan

excesivo, como hasta aquí me ha sido,

y

delante me

ha de ser, el escribir su antigua república, hasta acabar–

la;

y

porque la ciudad del Cuscc, madre

y

señora de

ella, no quede olvidada en su particular, determiné dibu–

jar en este capítulo, la descripción de ella, sacada de

la misma tradición, que como a hijo natural me cupo,

y de lo que yo con propios ojos ví, diré los nombres

antiguos que sus barrios tenían, que hasta el año de

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que yo salí de ella, se conservaban en su antigüe–

dad. Después acá se han trocado algunos nombres de

aquéllos, por las iglesias parroquiales que en algunos ba–

rrios se han labrado.

El rey Manku Qhapaq, considerando bien las como–

didades, que aquel hermoso valle del Cusco tiene, el sitio

llano, cercado por todas partes de sierras altas, con

cuatro arroyos de agua, aunque pequeños, que riegan

todo el valle y que en medio de él había una hermosí–

sima fuente de agua salobre para hacer sal,

y

que la

tierra era fértil,

y

el aire sano, acordó fundar su ciudad

imperial en aquel sitio, conformándose, como decían los

indios, con

la

voluntad de su padre el sol, que según

la seña que le dió de la varilla de oro, quería que asen–

tase allí su corte, porque había de ser cabeza de su impe–

rio. El temple de aquella ciudad antes es frío que ca–

liente; mas no tanto que obligue a que busquen fuego

para calentarse; basta entrar en un aposento, donde

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