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24 de enero de cada año, primero los indios y luego Jos "mi:;–
tes", es dl(cir, las personas visibles de la ciudad; siendo parn
estos últimos, casi siempre un gran negocio por la cantidad
de toros que "los obligados" regalan al Mayordomo.
EL NIÑO DE LACHOJ.
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Lachof es una hacienda que dista más o menos 19 kiió-
' metros de la capital de Huancavelica. Cuando el ferrocarril
y los carros no sustituyeron al arrieraje se internaban de la
costa, sobre todo de lea, Pisco y Cañete, los negociantes de
licores y otros productos. En una de esas andanzas, cerca de
la hacienda se enfureció el cielo y una formidable granizada
apedreó la tierra. Los arrieros apenas tuvieron tiempo de re:–
fugiarse en una choza i'.rrvidándose de las bestias. Al día si -
guiente las en contraron en unos pastales y a cierta distan–
cia, pero visible, se sorprendieron que un negrito al lado de
un blaiaquito con sombrero de paja, poncho y bufanda esta–
ban correteando sobre la nieve; cautivados por la gracia, los
arrieros se iban acercando hacia los chicos, pero estos des!L-
parecieron como por encanto.
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Los viajeros llegaron a Huancavelica y al ir a oir misa
a la iglesia de San Sebastián, en uno de los altares, estaba el
mismo niñito del camino: blanquito, de ojos azules y de ca–
bellos dorados: ¡es el niñito de Lachoj
! ,
dijeron sorprendidos.
El negrito era Benito, hijo de un pastor, que se convirtió,
en agradecimiento a un milagro que recibió del Niñito de
Lachoj.
El negrito estaba, una vez, pastando sus ovejas, pero dis–
traído con sus "boliches" se extravió una oveja, entonces se
desesperó llorando descon$la¡dajrnente, pero se presentó el
Niñito y le dijo: qué tienes?, no llores, vamos a jugar. No pue–
do -le dijo el negrito- tengo que seguir buscando a mi ove–
}a. En este momento tiene que aparecer -le replicó el Niñi-