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ERNESTO MORA L'E S
Su musica es peculiarmente triste, y se acrecienta
su resonancia introduciendola en cantaros de arci–
lla, horadados, que es lo que acostumbraban hacer
los viejos quicbuas. Cobra entonces el rustico ins–
trumento una sonoridad de queja inefable, y es
la voz unica que puede traducir la tristeza de una
raza vencida, cuanto la melanc6lica dulzura del
crepusculo en los paisajes andinos. Porque, como
observa muy bien Santiago Estrada: "La musica
de la
quena
no encuentra atm6sfera propicia, eje–
cutada a la luz del dia; es musica de la noche, de
la soledad y del misterio".
Quilla
(la luna), es la
obligada deidad a cuyo .conjuro se levanta la mu–
sica melodiosa de la
qu.ena,
suspiro mas que voz de
una alma de enamorado, de un
guai.namunay,
para
decirlo en la melodiosa lengua de los quichuas.
La vidala o vidalita, el
yaravi,
el
manchaypui–
to
(canto triste), no son mas que lamentos musi–
cales, mon6tonos y de una emocion indolente;
producen en quien los oye por vez primera una
inolvidable sugesti6n. Los tres cantos parecen ser
los inseparables compafieros de la
quena,
o mejor
aun, esta parece ser la madre comun de tres herma–
nos gemelos, de los que el
yaravi
es, probable–
mente, el mayor.
El
yaravi
o
haravi,
existia en los tiempos incai–
cos ; tal lo indica su nombre que proviene de
hara–
vecs,
y ya se sabe lo que eran los
haraoecs
en la
corte de los Incas : poetas cuya misi6n consistia en
componer cantos de amor y de nostalgia, asi como