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XIII
podido de voces toponímicas, con la conciencia
de su perfecto cañarililmo.
En cuanto a
la
Botánica,
hemos hecho i·e·
flecciones parecidas, con más la de que, ni aun;
que hubiese traído Túpac Yupanqni toda una
Academia de Naturalistas, hubit11I"a conseguido,
en el disparatado supuesto de haberlo. preten·
dido, variar Íos nombres· regionales de JlUestra
flora. Hoy mismo, no obstante que · nos p1·ecia·
mos de entendidos, no hay tal vez uno sólo en–
tre nosotros,
lo digo solicitando mil perdones,
que conozca ni medianamente, y eso que andan
en libros, las denominaciones científicas de nues·
tras plantas. Entran, pues, los que decimos nom·
bres vulgares de éstas ·-que talvez no son
1:dn0i
sus nombres únicos- con su correspondiente de·
nominación técnica, en aquel
Vocahula,rio,
pa·
ra lo cual hemos
e hado mano de la famosa
Enumeración J3o ánica
de Don LuJ.s Cordero,
maestro en esta ciencia y maestro también en
el habla de nuestros indios.
En cuanto a
la
Ant1·oponimia
o nombres
de persona, es tan extensa
y
variada en nues·
tra comarca, como la
Toponimia .
Los apellidos
que decimos de indios, deben haber sido un
tiempo nombres propios de individuo, y fuera
de alguno que otro, como
Sinchi, Pacurucu,
Re·
mache,
&,
genuinamente
Quechuas,
todos los res–
tantes tienen que ser
Cañaris.
La misma dificul–
tad o imposibilidad hay, si no mayor,
en va–
riar los nombres de persona que los nombres
de lugar, de manera que, con conquista
y
todo,
después de la incásica, nuestros
indios y sus
hijos
y
nietos deben haber continuado llamán–
dose con
los nombres peculiares de
su
país.
Tras la española, eso sí, con motivo del que se
les imponía en el bautismo, tomándolo del san·
toral cristiano, esos nombres habrán dejado de