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Aquellos naturales que viven corno in–
crustados en las brefías, prendidos de los
peñascos para no rodar a los abismos,
son en el primer momento, parcos en su
decir, como si temieran exhalar en cada
sílaba un átomo de vida; pero cuando se
ha logrado
inspirar1~s
abiertamente la
confianza, y ser su amigo, se descubre en
ellos una segunda personalidad, inteligen–
te, casi siempre comunicativa, un corazón
abierto y sobre todo, un archivo de pa–
sajes históricos, de anécdotas y de poé–
ticas supersticiones de las que también
he podido recoger algunas.
De esos documentos vivientes, de los
que aún quedan algunos, como he dicho,
por los rincones de la patria, pueden to–
marse muchos datos que tal vez nos sir–
van para llenar los claros de nuestra his–
toria nacional. De allf, de esos hombres
que por ley natural el tiempo va arran–
cando a la vida, he conocido este relato :
La tiranía de Rosas, extendida por to–
do nuestro país, dió fin con el valiente