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El esposo, que soñó tal vez con la felici–
dad a su manera, cayó enfermo y, presin–
tiendo la cercana muerte, mandó cons–
truir sobre la falda de la sierra, un peque–
ño panteón que se viera desde la puerta
de su casa, ordenando que a su muerte
fuera enterrado allí, como castigo para su
mala esposa.
Y en efecto : la pequeña construcción
blanqueada con frecuencia por otros deu–
dos, se destaca sobre el obscuro fondo de
la montaña y, las dos ventanitas practi–
cadas i>n su frente, parecen dos ojos q11e
escrutan sin cesar : parecen los ojos del
muerto cuya mirada se dirije, desde ultra
tumba, hacia el pueblo de Tilcara, hacia
la casa en que vivió con su segunda espo–
sa, su verdugo.