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HORACIO H. URTEAGA

entonces, lo hizo todo. Su diminuta fuerza recorrió el terri–

torio paseando ufana

y

v-ictoriosa la enseña rehelde. Salió

del Cuzco, atravesó el sur del Perú, fué proclamado en Are–

quipa

y

llegó hasta las costas de la antigua Nazca; estuvo a

pique de caer en sus manos el ejército de la Audiencia, al que,

por raro contraste, mandaban como generales, el Arzobispo

de Lima

y

el viejo oidor de la Audiencia, Fernando de San–

tillán. Acciones

y

discursos, todo era en Girón caballeresco

y

elevado. Sus banderas no tenían escudo real ni imágenes

de santos; el pabellón de los r ebeldes llevaba bordado este

hermoso versículo de los salmos :

Los pobres comerán

y

esta–

rán hartos.

¿

Cuándo las revoluciones que se han hecho en

nombre de los desheredados, no han sido una redención ?

Par.a animar a esa gente desalmada, a la que sólo atemori–

zaba ·el cadalso, visto de frente,

y

a quien daba confianza,

más que el arrojo del general, el augurio del hechicero. Girón

consultaba a un clérigo Vásquez que la echaba de adivino, a

un Urquiza, que tenía de nigromanta y jugaba en Ja tabla

pitagórica a las suertes; a un Becerra que respondía como

un arúspide

y,

sobre todos a la mora Lucía que, como la Ege–

ria de Numa, le hacía revelaciones. Un día se presentó Girón

a sus soldados, convencido,

y

les contó que el descalzo San

Francisco se le había aparecido

y

le había pronosticado el

triunfo definitivo

y

el poder.

¡

Pobre Girón

!

en su sueño de

gloria invertía la psicología del Pobre de Asís, que cuando

más le habría recomendado la humildad, Ja pobreza

y

el si–

lencio. Pero así dió ánimo a los cobardes

y

esperanza a los

timoratos,

y

triunfó en toda la línea. En Villacurí quedó des–

baratado el ejérdto real,

y

fué tal la fama de la victoria, que

desde San Miguel de Piura a Charcas se proclamó a · Girón

como a Gobernador del Perú. Arrastrando después a los ejér–

citos de la Audiencia a la inespugnable posición de Chuquin–

ga, Girón dió la memorable batalla de este nombre, donde,

con un puñado de soldados, alcanzó una de las victorias más

espléndidas

y

más bien ganadas que se dieron entonces en

el país.

Pero Ja estrella de Girón, que había culminado, prin–

cipió a descender en el horizonte. Tras Ja acción de Chuquin–

ga principió ya la deserción de sus parciales. El jefe del le-