BOCETOS HISTÓRICOS
253
bición de mando tenía carta de naturaleza, ni se hizo el ro–
gadizo ni se paró en medios para alzarse en armas. Ocultó su
pensamiento, enlazándose con una dama rica y noble, doña
Mencía de Sosa y Almarás, hija pr·imogénita de don Alonso
de Almarás, tesorero fiscal de las cajas reales del Perú, y de
doña Leonor Portocarrero, hija de don Diego López Porto–
carrero, hidalgo y mayorazgo de Salamanca. Celebradas sus
nupcias, con la ¡:ompa acostumbrada y propia de su condi–
ción, pidió permiso al gobi erno civil para trasladarse al Cuz–
co. La Audiencia despachó la licencia, pensando que el ma–
trimonio había sido el remedio a la ambición morbosa del
soldado, toda vez que doña Mencía tenía belleza y hacienda.
Y el viaje al Cuzco qufaá si no fué más que un pretexto pa ra
preparar la revolución. Aquí reunió a los conjuradores, aco–
pió dinero y arma.s.
y
en una famosa n oche d·e noviembre,
aprovechándos·e de una fiesta de fami lia en que se ceh=:hraban
las bodas del sohrino del arzobispo y de doña María del Cas–
aprovechándose de una fiesta de fami lia en qu se celebraban
las bodas del sobrino del arzobispo y de doña María del Cas–
tillo, fiesta a la que había concurrido el Corregidor y lo más
distinguido de la ciudad, invadió Girón la estancia a la ca–
beza de un grupo de conjurados, y dando muerte al capitán
de las milicias, aipresó al Corregidor y a algunos oficiales rea–
les, se apoderó de las cajas del rey y, dueño de la ciudad y del
gobierno, proclamó la revolución, r evocando las ordenanzas
de La Gasea.
o fué esta una lucha baladí ni sus episodios los vul–
gares encuentros y las escaramuzas ordinarias de los com–
bates civiles : Girón es toda una figura simbólica, es el espí–
ritu caballeresco y aventurero de la época, que lucha por el
ideal de la justicia y por la gloria. En Girón, más que cau–
dillo hambriento y desalmado, se ve al soñador y al héroe.
Cuenta la tradición. que su linda esposa doña Mencía, lo
acompañaba en sus correrías y asistía a los combates, radian–
te de elegancia y hermosura. El capitán, ídolo de sus tropas,
oía embelesado, después del combate, Jos gritos de triunfo y
las proclamas a doña Mencía, a la que llamaban la
Reina del
Perú.
Ese amor y esa loca ambición, que nubló su clara in–
teligencia para no conocer la deslealtad de los soldados de