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BOCETOS HISTÓRICOS

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bición de mando tenía carta de naturaleza, ni se hizo el ro–

gadizo ni se paró en medios para alzarse en armas. Ocultó su

pensamiento, enlazándose con una dama rica y noble, doña

Mencía de Sosa y Almarás, hija pr·imogénita de don Alonso

de Almarás, tesorero fiscal de las cajas reales del Perú, y de

doña Leonor Portocarrero, hija de don Diego López Porto–

carrero, hidalgo y mayorazgo de Salamanca. Celebradas sus

nupcias, con la ¡:ompa acostumbrada y propia de su condi–

ción, pidió permiso al gobi erno civil para trasladarse al Cuz–

co. La Audiencia despachó la licencia, pensando que el ma–

trimonio había sido el remedio a la ambición morbosa del

soldado, toda vez que doña Mencía tenía belleza y hacienda.

Y el viaje al Cuzco qufaá si no fué más que un pretexto pa ra

preparar la revolución. Aquí reunió a los conjuradores, aco–

pió dinero y arma.s.

y

en una famosa n oche d·e noviembre,

aprovechándos·e de una fiesta de fami lia en que se ceh=:hraban

las bodas del sohrino del arzobispo y de doña María del Cas–

aprovechándose de una fiesta de fami lia en qu se celebraban

las bodas del sobrino del arzobispo y de doña María del Cas–

tillo, fiesta a la que había concurrido el Corregidor y lo más

distinguido de la ciudad, invadió Girón la estancia a la ca–

beza de un grupo de conjurados, y dando muerte al capitán

de las milicias, aipresó al Corregidor y a algunos oficiales rea–

les, se apoderó de las cajas del rey y, dueño de la ciudad y del

gobierno, proclamó la revolución, r evocando las ordenanzas

de La Gasea.

o fué esta una lucha baladí ni sus episodios los vul–

gares encuentros y las escaramuzas ordinarias de los com–

bates civiles : Girón es toda una figura simbólica, es el espí–

ritu caballeresco y aventurero de la época, que lucha por el

ideal de la justicia y por la gloria. En Girón, más que cau–

dillo hambriento y desalmado, se ve al soñador y al héroe.

Cuenta la tradición. que su linda esposa doña Mencía, lo

acompañaba en sus correrías y asistía a los combates, radian–

te de elegancia y hermosura. El capitán, ídolo de sus tropas,

oía embelesado, después del combate, Jos gritos de triunfo y

las proclamas a doña Mencía, a la que llamaban la

Reina del

Perú.

Ese amor y esa loca ambición, que nubló su clara in–

teligencia para no conocer la deslealtad de los soldados de