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HORACIO H. URTEAGA

con religioso celo el saber antiguo que las sociedades paganas

elaboraron con una competencia inimitable;

y

el mundo encon–

tró en sus silencios aposentos, la paz de los espíritus selec–

tos, el recogimiento de las almas, el trabajo intensivo de los

maestros

y

de los sabios,

y

el dulce asilo de los espíritus abra–

zados de caridad cristiana, de esa caridad que había ilumi–

nado las catacumbas, sonreído en el circo ensangrentado de

Roma, dulcificado los horrores de las ergástulas, detenido

el furor de Atila,

y

bendecido, en las cabezas de Clodoveo,

Etelberto

y

Recaredo, al bárbaro inverncible que se inclinaba

humilde ante la fuerza poderosa de la cruz

!

El convento, en medio de los horrores de las luchas que

traía Ja invasión bárbara, azotado por bas guerras civiles

y

los asaltos .

y

las sangrientas agitaciones del feudlismo, era

entonces una verdadera isla moral en el boniascoso mar de

crímenes que cubrían a la Europa medioeval.

La vida sedentaria, la paz aldeana, la tranquilidad de la

familia, dichas íntimas a las que se había acostumbrado el

mundo, bajo la dominación imperial de Roma ( 1 ) principia–

ron a tener un eclipse estupendo, una horrorosa cri–

sis moral desde mediados del siglo V. Los campos cultivados,

las cosechas abundosas, el espectáculo de las inmensas dehe–

sas donde pacía el g:anado de los ricos propietarios; la vida

patriarcal al!á entre las profundidades del horizonte del

Asia Menor; la inten a vida agrícola en los campos sembi·a–

dos del Egipto, el trabajo activo

y

la existencia dulce

y

sen–

cilla de los pastores del Eridanus

y

de la Campania; todo cam–

bió

y

ofreció sólo un espectáculo de tristeza, soledad

y

rui–

nas bajo las toscas pisadas del invasor, que, o bien era el som–

brío ginete de la Tartaria, especie de centauro endemoniado,

o bien era el germano de los ojos azules

y

los cabellos de oro,

qu e, no obstante su barbarie, mostraba su hermosura como un

Símbolo de la libertad que lo empujaba.

En medio de estas soledades

y

de estos campos de muer–

te, surgió el :monje .....

!

(1)

.- Véase sobre la situación tranquila

y

apacible de las pro–

vincias bajo el Imperio Romano, el prof undo estudio de Gastón Boisier

"La

oposición

ba.jo

los

Césares".

Edic. española de

La Espaiía• Mo–

dcnw.