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PRÓLOGO

IX

vedra volviese á la cátedra, por otro lado no he de

incurrir en el error vulgar de creer que deben, ni

aun pueden, rechazarse otra& direcciones de la activi–

dad á que empuja el destino (ó lo que sea : destino es

un tópico literario que la cultura clásica hace pesar

sobre nosotros) y que muchas veces nos dan la fór–

mula adecuada de nuestro " hacer », que nQsotros

mismos no sabíamos vislumbrar.

El Ayllu

comienza con este párrafo de una gran

verdad :

«

Las costumbres é instituciones de los pue–

blos indígenas del continente sud-americano no han

sido aún debidamente exhumadas, menos sometidas á

un estudio comJ,>arativo que las hhdera aptas para

contribuír á ciert a&e oclusiones 6:ociológicas.

~>

Gran

verdad, digo y eso que el propósito data de los días

mismos de

la

con quista. Recúerdese que Paez de Cas–

tro, aquel interesante cronista de Carlos V, tuvo ya

el pensamiento de escribir un Tratado sobre la

confor–

midad

que él creía ver entre

«

las costumbres y reli–

giones » de los

«

Indios Occidentales, con las antiguas

que los historiadore& escriben de estas partes que nos–

otros habitamos »;pero el siglo XVI, que vió y adivi–

nó muchas cosas, carecía, no obstante precursores d6

tanto empuje como Abenjaldun, de todo el aparato

crítico

é

informativo (segun hoy se dice) necesario

para labor tan compleja como la que Paez pretendía

realizar. Era necesario que transcurriesen cerca de