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.

,,

-

lt 8

O DE DE ALBA DE ALI TE

las parede con10 junco agitados por el viento;

l as cruces ·no tenian

fij

za; la campanas dobla–

ban con, desordenado clan1oreo; vacilaban los

ten1plos

y

c· sa con quebr anto ya n1anifiesto; el

suelo ofrecía grieta capace de asus tar

á

los n1as

intrépidos . No hubo víctimas . l\tlas

1

tcrreinoto

continuaba

iempre pavor?so. Subiendo el padre

· Ca t illo sobre una pobre mesa de lo portal es ,

pr incipió

á

predicar penitencia, y al terminar su

fervoro a exhor tacion dijo; que, si aquel a1nago

no les servia para la en1nienda, no dej aria Dios .

de castigarlos con otro terre1noto mayor . Tales

alabras, d boca an

enerada y en semejante

situ cion, fue"on como la

row.p ta del juicio

-fina l.

ron

ce

udal s m

1

habidos

y

se

hicier

confi siones

gener les .

Todo

eran serr 011es,

d

rcicios d vo

o~,

au terida–

des

y

prác ica de

sacr~mentos,

fo111entados en

gran parte por el mi ionero

jes~ita

y

p r el

Arzobispo Villagomez.

El

sábado siguiente,

que fué el

21

del mes, hubo ayuno general.

En

la mañana del

21

con1 ul 'aron inas de

10,000

P,ersonas;·

y

~n

la tarde de aquel n1isn10

domingo salió una procesion de penitencia, mas

lirnponente y no n1enos extraordinaria, que la de

Cuzco en

1650.

Abundaron las coronas d espi-

"