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O DE DE ALBA DE ALI TE
las parede con10 junco agitados por el viento;
l as cruces ·no tenian
fij
za; la campanas dobla–
ban con, desordenado clan1oreo; vacilaban los
ten1plos
y
c· sa con quebr anto ya n1anifiesto; el
suelo ofrecía grieta capace de asus tar
á
los n1as
intrépidos . No hubo víctimas . l\tlas
1
tcrreinoto
continuaba
iempre pavor?so. Subiendo el padre
· Ca t illo sobre una pobre mesa de lo portal es ,
pr incipió
á
predicar penitencia, y al terminar su
fervoro a exhor tacion dijo; que, si aquel a1nago
no les servia para la en1nienda, no dej aria Dios .
de castigarlos con otro terre1noto mayor . Tales
alabras, d boca an
enerada y en semejante
situ cion, fue"on como la
row.p ta del juicio
-fina l.
ron
ce
udal s m
1
habidos
y
se
hicier
confi siones
gener les .
Todo
eran serr 011es,
d
rcicios d vo
o~,
au terida–
des
y
prác ica de
sacr~mentos,
fo111entados en
gran parte por el mi ionero
jes~ita
y
p r el
Arzobispo Villagomez.
El
sábado siguiente,
que fué el
21
del mes, hubo ayuno general.
En
la mañana del
21
con1 ul 'aron inas de
10,000
P,ersonas;·
y
~n
la tarde de aquel n1isn10
domingo salió una procesion de penitencia, mas
lirnponente y no n1enos extraordinaria, que la de
Cuzco en
1650.
Abundaron las coronas d espi-
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