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lit

'101\(,\

bre al sen·i ·io del príncipe de Galles llegó en aquel mi mo uia do la

lfa–

ya, portador de una carta del príncipe; el rey dió órden de que se 1

Jliciese ntrar, leyó la carta, la arrojó al fuego; encargó de su conte -

tacion al mea ajero, al que la babia llevado su re puesta, y la despidió

inmediatamente. Al otro dia, 29, casi al amanecer, el obispo volvió

á

Saint-James. Acabado el rezo matutinal, el rey mandó le lleva en un co–

frecillo que contenía la cruz de San Jorge y Je la Jarretiere todas destro–

zadas : <tVed aquí, dijo

á

Ilerbert y Juxon las únicas riquezas de que

puedo disponer en favor de mis hijo .»

Se los presentarnn : al ver á su padre la princesa Isabel, de do e

años de edad, se puso á llorar; el duque de Glocester, que aun no tenia

ºcho, lloraba al mirar

á

su hermana : Cárlos los sentó sobre sus rodilla ,

les repartió sus joyas, consoló á su hija, le acúnsejó los libros que debia

leer para asegurarse contra el papismo y le encargó dijese

á

sus herma–

nos que él perdonaba á sus enemigos, á su madre que jamás se ba–

bia bonado de su memoria y que hasta el último momento la amaba

como el primer dia. Despues dirigiéndose al jóven duque :

«

fi

querido

hijo, le dijo, van

á

cortar la cabeza

á

tu padre.» El niño le miró fijamente

con un aire serio : <lEstá atento, hijo mio, á lo que le voy á decir : tú

no debes ser rey mientras vivan tu hermanos Cárlos y Jacobo, porque

ellos cortarán la cabeza

á

tus hermanos si los pueden atrapar, y acabarán

con cortártela

á

igualmente ; te mando, no consientas jamás en ser rey

nombrado por ello .-1\las pronto me ·dejaré hacer pedazos, responqió

el niño conmorido.

l>

El rey lo ah·azó con alegria, lo pu o en tierra,

abrazó

á-.su

hija, bendijo

á

los dos y rogó

á

Dio los bendije e; despues

levantámlose de repente : <tMandadlo sacar de aquí, dijo

á

J

uxon

»

los

ninos sollozaban; el rey conmovido, apoyaba la cabeza contra una ven–

tana, ahogando su llanto ; abrióse la puerta, iban

á

salir sus hijo ; Cárlo

dejó precipitadamente la ventana, los volvió

á

tomar en sus brazos, lo

bendijo de nuevo,

y

huyendo en fin de sus caricias, cayó de rodillas y se

pu o

á

rezar con el obispo yHerbert, únicos testigos de aquella deplorable

despedida.

Durante la misma mañana se babia reunido el tribunal superior

y

ba–

bia señalado, el martes 50 enero, de las diez á las cinco para la ejecu–

cion. Cuando fue preciso firmar la órden fatal, costó infinito congregar los

miembros comisionados ; en ano dos ó tres de los mas apa ionados se ha–

bían situado en la puerta de la sala, prendiendo á sus cólegas que alían

para dirigir e

á

la árnara baja, obligándole

á

venir

á

poner su nom-