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HI TOHI.\

·oronel Hen ey algunos otros apoyaron el oto ue Do' ns, la di u ion

uió fin

á

la media hora, el tribunal volvió á entrar en

~

ion, yBrad haw

de laró al rey que no se accedía á su peticion.

Cárlos apareció vencido , solo in i lió d bilmente : (( i no'tenei na–

da que añadir , le dijo Bradshaw, se procederá á la sentencia.-Nada

añadiré, caballero, respondió el rey; desearía olamente que se escribie-

e lo que o he dicho.n Bradsbaw, sin ontestarl , le anunció que iba

á

saber su sentencia ; pero antes que se procediera á la lectura, dirigió

al

rey un largo discurso, olemne apología de la conduela del parlamento,

en

donde todos los daños cau ado por el rey fueron recopilado yle acu-

ó de todos los males de la guerra civil, a que u tiranía babia hecho d

la resisten ia no solo un deber sino que tambien una necesidad.

El lenguaje del orador era duro, amargo, pero grave, compa ivo, sin

insulto y

~u

conviccion evidentemente profundá, aunque mezclada: de al–

guna emocion de venganza.

El

rey le escuchó sin interrumpirle

y

con

igual gravedad. Amedida que iba adelantando l discurso háoia u

fin ,

una, visible lurbaci<1n se apoderó de él; en el momento en que calló Brad -

baw , probó de tomar la palabra : Bradshaw e opu o,

y

dió órd n al

.ecretario que hacia la veces de escribano de leerle la sentencia. ca–

bada la lectura :

el

Este es, dijo, el acto, el voto

y

la unánime enteocia

del tribunal. n Todos los miembro se levantaron en señal de aprobacion.

et

Caballero, dijo el rey,

¿

querei escuchar una palabra.?

Bradshaw:

eñor, no podeis ser oido de pue

de

la nt ncia..

El

rey :

¿

Jo?

·

JJradshaw:

Jo eiior, con vuestro perrui o. Guardias lle ao

preso.

El

rey :

Y

o puedo hablar de pues de la sentencia... con vuestro per–

misu, caballero, yo siempre tengo derecho de hablar de pue de la en–

tencia ... Con vuestro permi o... Aguardad... La entencia caballero.. .

Yo digo que ...

¡

i

á

mi no e me permite hablar, pensad que justicia

pueden e perar los demás

1

En e te instante los soldado le rodearon , le acaran de la barra,

y

le llevaron por fuerza hasta donde le aguardaba el coche : tuvo que su–

frir al bajar la escalera los ma gro· eros insulto ; los unos arrojaban

á

sus pié su pipa encendida; Jos otro le oplaban el humo del tabaco

á

la cara, todo gritaban

á

sus oido : (( Ju licia! ejecucionl A esto grito

in émbargo, el pueblo mezclaba alguna vez lo

u os : uDio sal e

á

V. M,I Dios libre

á

V. M. de la manos de u nemigo l

n

ha, ta qu