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LA
INQUISICIÓ~
. Como se habrá visto, en los lugares en que aún
no había sido posible nombrar comisarios, continua–
ban haciendo las veces de tales, por sí ó por sus de–
legados, los obispos, los cuales sólo vinieron de he–
cho á cesar en esas funciones cuando hubo minis–
tros del Santo Oficio. Según lo que alcanzan nuestras
noticias, los primeros fueron, en Tucumán el maes–
tro Francisco de Angulo, y en la Asunción, adonde
llegó en 1597, fray Martín Ignacio de Loyola.
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De modo, pues, qne sólo al iniciarse el siglo XVII
puede decirse que cornenzaron
á
funeionar con re–
gularidad los delegados del Tribunal de Lima.. Ellos
fueron los que tramitaron las siguientes causas.
El P. Manuel de Ortega, portugués, jesuita que re–
sidía en la Asunción, denunciado de solicitante de
dos hermanas en 1597, fué mandado parecer en Lima
y puesto en cárceles secretas en Marzo de 1604, para
pasar luego á un colegio de su Orden, y quien al
fin ,salió absuelto.
Fr. Rodrigo Gómez de Ojeda, mercenario, sevilla–
no, testificado de solicitante en Tucumán, llegó á
Lima en los mismos días.
Miguel Jerónimo de Porras, clérigo, arequipefio,
túvose con él la primera audiencia en Septiembre
de 1603; el bachiller Francisco Guill én Chaparro, es–
pañol,·y Garcia de Torres, clérigo, limeito: las cau–
sas de todos éstos se hallaban en aquella fecha re-
1.
Del
Expediente de visita
de Ruiz de Prado consta también
que habían sido nombrados familiares del Santo Oficio en Santia–
go del Estero Luis de Luna,
á
quien hubo de quitársele el titulo,
y
posteriormente Diego Gómcz de Pedraza
y
Bartolomé de San–
doval.
Acerca de Loyola véase lo que decimos en nuestra
JJibliograjla
española de Ftlipinas,
pp.
38, 40, 49, 172, 378, 432.